La cuarentena es una molestia soportable. Es cierto que comienza a percibirse una saturación. Hartos de recluirnos entre cuatro paredes, vamos asomándonos cada vez con más descaro a las puertas de nuestras casas y perdiéndole el miedo a la intemperie. Nunca he visto a más personas sin prisa paseando melancólicamente a sus perros por la calle mientras se entretienen con el móvil. Pero la reclusión, aunque canse, es llevadera. Comemos y bebemos bien. Hay montones de canales en la televisión, siempre hay libros interesantes por leer y los amigos son amables y llaman de vez en cuando para decirnos que están ahí.
Las cosas cambian radicalmente cuando el virus se entromete de sopetón en nuestras vidas y descubrimos, de repente, cuál es la auténtica realidad de lo que nos está pasando. Quien choca con el virus, no puede evitar, por lo que me cuentan, sentirse pasajero del Titanic. La tripulación es incapaz de tapar las vías de agua que se han abierto en el "estado del bienestar" y tus demandas de socorro se pierden entre los gritos de auxilio de un pasaje asustado e impotente.
El estado de bienestar funcionaba porque en realidad no lo habíamos puesto a prueba. Nunca le había llegado el agua al cuello.
Me han contado historias terribles. Me gustaría poder detallar lo que el director de una residencia de ancianos me ha dicho, pero le he prometido mi silencio y lo tendrá. Ayer, una amiga me relataba con detalle su perplejidad cuando una voz remota le aconsejó por teléfono que confinase a su hijo de catorce años en su habitación porque tiene todos los síntomas del coronavirus, a pesar de que en su familia han llevado la cuarentena a rajatabla. La misma voz le añade que lo lleve a urgencias "si empieza a ahogarse", pero que no hay tests. Llegarán, pero no saben cuándo. Lo importante es que le observen la temperatura con frecuencia. ¿Cómo, si el termómetro de casa está estropeado y es imposible encontrar uno en las farmacias? Me cuenta más cosas inquietantes que no me atrevo a transcribir porque me cuesta creer que sean ciertas.
A pesar de las dimensiones de la tragedia, nos negamos a ver las imágenes de los ataúdes alineados en los espacios habilitadas para ello. No queremos contemplar el retorno de la muerte, esa cosa tan obscena que habíamos alejado de nuestras vidas, recluyéndola en tanatorios higiénicos, con máquinas de café y estrictos horarios de visita. Nos negamos a mirar cara a cara a la desnarigada porque, si lo hiciéramos, nos veríamos obligados a aceptar nuestra pequeñez, tan vulnerable. Pero la muerte, esa molestia insoportable, se ha empeñado, nos guste o no, en exhibirse sin complejos en la plaza pública de una sociedad que, hasta hace pocos días, quería creerse a las puertas de la posmortalidad.
Creo recordar que Rousseau hacía que su Emilio no se vacunase por graves razones filosóficas ...
ResponderEliminarA mí me parece que la gran serenidad- ante las fauces de don Gregorio me atrevo a decir que la serenidad socrática- es la serenidad de los náufragos que, con mayor o menor fortuna, se afanan en reparar la balsa en medio de la tempestad, no la de los que se quedan hipnotizados ante el absurdo - la indiferencia - de lo que los cerca.
El otro día , a propósito del tema de los respiradores y tal, nos acordábamos unos amigos de la "Balada de Narayama". No sé si ustedes recuerdan la película japonesa, en realidad hay dos, basadas en una obra de Shichiro Fukazawa. En la obra la anciana Orín encuentra- o hace creer a su hijo que encuentra - consuelo en su religión para dar el paso terrible que su vecino, que no cree en un trasmundo ,se niega a dar.¿Cuál era el sentido de la obra original de Fukazawa, un izquierdista que tuvo un célebre encontronazo con la Casa Imperial japonesa? Unos decíamos que era un poema a la serenidad del ser humano fuerte y generoso, que sabe incluso cuando debe apartarse para que la vida de lo que ama continúe, otros , más modernos, que a lo que apunta el autor es a que lo verdaderamente trágico de muchas situaciones trágicas es saber que no serían tales si simplemente estuviesen disponibles medios que ya existen de hecho a otra escala ,o en otros lugares.Concluimos que las dos visiones no son exclusivas o disyuntivas, sino alternativas.
De cualquier manera lo único que me sigue quedando claro en estos días de tribulación es que el rostro de la Pachamama es el rostro de Medusa y que "Homo homini deus". Y que hay un progreso: hoy se exige un "chivo explicatorio" (Les Luthiers) antes de encontrar al chivo expiatorio.
Sigan bien. Me temo que vendrán días peores.