martes, 18 de diciembre de 2007

Lejos de mi I

Sería un consuelo que los libros que presentan argumentos que no acaban de convencernos estuviesen mal escritos. Así no habría manera de cogerles cariño. Un libro de filosofía bien escrito es un peligro, porque el buen estilo es siempre, por sí mismo, un argumento convincente. Es decir, un ensayo bien escrito tiene algo de sofisma.

Viene esto a cuento del librito que acabo de leer de Clément Rosset, “Lejos de mí. Estudios sobre la identidad”. Hubiera sido más acertado subtitularlo “Estudios sobre el sentimiento de la propia identidad”, pero este es otro tema. Rosset no me convence nada. No me ha dado ni un argumento para dejar de creer en mi alma (en mi alma finita, mortal, mal cimentada, etc). Y sé muy bien lo dificultoso que es creerse portador de un alma con fecha de caducidad cuando no se sabe muy bien lo que se quiere decir cuando se dice "yo".

Entre los muchos textos literarios que presenta Rosset se encuentra el siguiente, que tiene como protagonista a ese personaje entrañable que es Nasrudin Afandi:

“Nasrudín se dirige al mercado a vender dos hermosas sandías de su jardín. Camina con una sandía bajo cada brazo, cuando ve, en un recodo del camino, a otro hombre caminando delante suyo, vestido exactamente igual que él y cargado también con dos sandías.

- ¡Por Alá! –exclama- ¡Si ése no soy yo, no veo quién pueda ser!

Aprieta el paso por unos momentos, pero pronto renuncia definitivamente a alcanzarlo:

-Y a fin de cuentas –se pregunta- ¿para qué voy a alcanzarme?

Exactamente a esto me refiero. Sé que conservaré la anécdota en la memoria cuando los argumentos de Rosset ya se hayan deshilachado por completo.

9 comentarios:

  1. No me ha dado ni un argumento para dejar de creer en mi alma

    "Tenemos un alma, pero está hecha de muchos robots diminutos". La frase original está en italiano, y si no recuerdo mal, aparece como cita inicial en uno de los libros de Dennet. La buscaré luego, porque pronunciada en italiano tiene su "grazia".

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  2. Deliciosa an�cdota, desde luego. Pero no reniegues de la buena escritura, aunque est� al servicio de ideas mediocres. La buena lectura siempre nos produce placer. Besos, querido amigo.

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  3. Es que, como dice Ortega (aunque no sea definitvo) "el estilo es la esencia del arte" Escribir sin estilo es condenarse uno a la ausencia de lectores. ¿Quien va a aburrirse leyendo, aún lo más arduo, si no encuentra placer en ello? Y de nuevo, caramba, las Tusculanas, donde Cicerón critica a los eícureos porque escriben mal y sin estulo alguno.

    Por cierto que me encanta ese concepto "mi alma finita". Últimamente me persigue la finitud. Y por cierto también, Luri, eso es estilo.

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  4. "Mi alma finita, mortal, mal cimentada, etc"...

    Debería usted conocer a Joan-Carles Mèlich.

    Un saludo

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  5. Vi una patata friéndose. Me pregunté si podría ser yo esa patata friéndose. Metí el dedo y me lo freí. Soy una patata frita.

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  6. Las anecdotas de Nasrudin, el tonto -sabio, son como koans Zen. Quizás mi osadía me llevara a interpretar la anécdota de las sandías como que la identidad me la dan los otros y por eso es inútil el trabajo de conocerse a sí mismo. (El maestro zen Dogen en el siglo XII dijo que conocerse a si mismo es olvidarse de si mismo).

    Estoy seguro que si acudiera a un maestro zen con esta respuesta obtendría un duro golpe como NO, y la exigencia urgente de comprender.

    Podemos desconfiar de la filosofía e incluso prescindir de ella, pero no así de comprender. Si así fuera estaríamos perdidos.

    Me parece muy sabio quedarse con la memoria única de la anécdota. Su permanencia actualiza la pregunta que nos hacemos los humanos desde siempre.

    Gracias por el relato.

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  7. Tumbaíto: Yo sospechaba algo así de usted, pero no me atrevía a decirlo. Una patata frita, en cualquier caso, es una cosa muy seria.

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  8. Taliesin: Su tesis es la de Clément Rosset, para el cual la única identidad que cuenta es la social. Es ahí donde, aun comprendiéndolo, me resisto a seguirlo.
    Gracias por sus palabras.

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