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viernes, 1 de febrero de 2008

Futesas de buñuelos de viento

I

Estaba esta mañana sentado en la Plaza de Ocata tan tranquilamente, en paz con los hombres y con mi espíritu gracias al aroma del café que tenía delante. Hacía algo de fresco, pero cuando el sol se abría paso entre las nubes, te inundaba un calorcito que era pura lujuria. En la mesa de mi izquierda estaba desayunando una señora mayor, mojando trocitos de ensaimada en el café con leche que rebosaba de la taza. En la de la derecha, dos mujeres de unos cuarenta años no paraban de hablar entre susurros. Se acababan de tomar dos tazas de chocolate y daba la sensación de que estaban poniendo a caldo a medio barrio. Una mujer de unos setenta años se ha acercado tirando del carro de la compra hasta nosotros y al llegar a la mesa de la señora de la ensaimada le ha dicho: “¡Felicítame que hoy cumplo 55 años de casada!”. Ha dejado el carro junto a la mesa y se ha sentado a su lado. “En cuanto termine de hacer la compra –ha añadido-, me voy a la peluquería. Sólo me puedo parar un minuto. Ya le he dicho a mi marido que no sé cuándo volveré. Me ha contestado que si vuelvo dentro de un año, entonces me dará 56 besos”. La señora, evidentemente, buscaba con sus palabras que todos nos fijásemos en ella. Y lo ha conseguido. “Esta mañana –ha aclarado- me ha dado 52, uno por año”. Una de las dos mujeres de la mesa de la derecha le ha dicho a la otra, yo creo que con intención que la pudiéramos oír todos: “Para no llegar a eso me separé yo hace años”.

II

He leído en Le Monde que “el mundo musulmán necesita un Woody Allen”. He pensado que tanto como necesitaban los leones romanos a los primeros cristianos. La mujer del carrito ha pedido una taza de chocolate.

III

Las páginas centrales del suplemento cultural de Le Monde están dedicadas a lo que llaman “La rébellion conservatrice”. Apasionante, pero no tanto por el contenido (que también) como por la perplejidad de los comentaristas. El inicio de la reseña de Jean Birnbaun del libro de Thomas Frank “What’s the Matter with Kansas?” no tiene desperdicio: “Un poco por todas partes en Occidente, la izquierda se encuentra perpleja. Soy el heredero del movimiento obrero, encarno el combate de la emancipación social, y sin embargo el pueblo me abandona, se lamenta la izquierda. Esta angustia la formula la izquierda con su propio vocabulario, bajo la forma de una áspera interrogación: ¿Por qué demonios los pobres apoyan a la derecha, es decir, al partido de los dominadores? ¿Cómo explicar que los damnificados de la tierra apoyen con sus votos a los que gobiernan ‘objetivamente’ para los poderosos del mundo?”.

Sí, efectivamente, esta es la cuestión. La izquierda parece haber dejado de entender a su electorado potencial y se muestra a la defensiva, pero en política quien está a la defensiva ya ha perdido. Y esto es algo que saben perfectamente bien los estrategas del PP.

Caldera decía el otro día que en estas elecciones lo decisivo van a ser los valores. Que vaya con cuidado. Aquí, carentes de una moral republicana, los valores que cuentan para cada cual son los de su grupo. Y se cotizan según se perciba que el grupo va para arriba o para abajo.

La mujer del carrito le explicaba a la otra, que parecía completamente desprotegida ante el vendaval oral que se le venía encima, que en su matrimonio no siempre fue todo bien.

IV

La prensa no ha desaprovechado la oportunidad de demostrar sus buenos sentimientos alegrándose al unísono de la desaparición de “Aquí hay tomate”, como si fuera un triunfo moral de la conciencia republicana, cuando en realidad ha sido pura y llanamente, un asunto económico. Los televidentes que han dejado de sintonizar el programa no han ido en busca de programas moralmente más elevados, sino que han descubierto que “Aquí hay tomate” en realidad daba menos sangre de la que prometía.

Dos veces se fue a casa de su madre con sus niños cuando eran pequeños. La primera vez se llevó también al gato, que se llamaba César y la segunda, a una cardelina que se llamaba Cleopatra. Sí César ya se había muerto. Y una vez más, y no hace mucho de eso, se fue a casa de su hija. Y cuando ya había decidido que prefería el mal humor de su marido al silencio de su yerno, se presentó a buscarla. Como las otras dos. Ahora que a los hombres nada les cuesta menos que pedir perdón.

3 comentarios:

  1. GLuri:

    Quizá a la izquierda habría que explicarle, despacito y con buena letra, que llevan décadas de "dominadores y explotadores" -explotadores de mitos entre otras explotaciones-, y que a lo mejor resulta que es verdad que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.

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  2. Vaya historias, me ha parecido contemplar una extraña película de culto.

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