Nunca me ha convencido la tesis de la identidad entre pensamiento y lenguaje, que constituía uno de los dogmas centrales de la psicología marxista de mis tiempos de estudiante (Luria, Vigotsky, etc) y una de las armas centrales de la dialéctica de Valverde. Si alguien –algún alumno pobremente armado- intentaba replicarle alegando que el pensamiento es más amplio que el lenguaje. Valverde lo reducía sofísticamente al silencio con una pregunta que era una hostia dialéctica para el ingenuo preguntón y una oblea para sus muchísimos acólitos: “¡Dígame usted eso que piensa más allá del lenguaje!”.
Yo, sin embargo, intuía que había algo en el pensamiento que se desarrollaba contra el lenguaje y, por lo tanto, en cierta manera, más allá del lenguaje. Para comenzar, aprender a hablar es aprender a dominar las excepciones, es decir, una lógica que no se deriva de la coherencia paradigmática de la lengua, sino de su uso, un tanto caprichoso. El niño tiene que dominar mecánicamente que el presente de indicativo del verbo “tener” no es “teno”, ni el de “venir”, “veno”, etc. Y, al mismo tiempo tiene que ir descubriendo que hay sentidos en el lenguaje que sólo son deducibles del contexto (a veces en clara confrontación con el diccionario), por ejemplo todos los relacionados con la ironía. Y la inteligencia tiene mucho que ver –como la cultura- con el dominio comprensivo y expresivo de la ironía.
Si la lengua, en sí misma, es una construcción irónica, entonces la identidad supuesta entre pensamiento y lenguaje exigía redefinir el pensamiento en relación más con la ironía que con la lógica.
Un ejemplo: del “vacuus” latino, que significa “vacío” (el sentido aún está presente en la “vacuum cleaner” inglesa), los mismos latinos derivaron significados tan variados como “desocupado”, “libre”, “sin amo, “libre de preocupaciones”, “tranquilo”, “sin valor”, etc. El verbo correspondiente a este sustantivo es “vaco”, de donde se derivan "vacío", “vacante”, “vacaciones”, “vacuo” o aquella expresión que tanto utilizaba Ortega de “vacar a ser feliz”, y que yo, en mi tesis doctoral, modifiqué, con plena consciencia de la cosa por “bacar a ser feliz”, pensando más en Baco que en el vacío.
Otro ejemplo: El verbo “liceo” significaba en latín “estar en venta”, “estar tasado”, “ser lícito”, “estar permitido”. El participio pasivo de este verbo es “licitus” (lícito, permitido). Y, de aquí, se han originado “licencia”, “licenciado”, “licencioso”, “licitación”, “licitar” y toda su familia.
Así que podemos deducir:
- Que “vacar licenciosamente” es un poco redundante.
- Que vacar una vez licenciado” parece la cosa más justa.
- Que no todo licenciado es licencioso ni toda vacación vacía.
- etc, etc.
Hummmm, será por esto que las personas con un cierto grado de ironía siempre me han simpatizado. ¡Saludos!
ResponderEliminarP.D. Te prometo aprender a comer Gazpacho
Estoy seguro de que todo el pensamiento no se puede encerrar en el lenguaje. Me da lo mismo lo que diga quien se exprese seguro de que aquello que no puiedo expresar mediante el lenguaje no existe. Las palabras son aproximamciones...
ResponderEliminarMI ilusión siempre ha sido ser licenciada licenciosa y jubilada jubilosa.
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