Carl Schmitt no sólo pretendió ser un jurista de Hitler. Como no se conformaba siendo uno más de los que cantaban en su coro, pugnó cuanto pudo por dar el tono. Y, sin embargo, tras la derrota, pasó inmediatamente a presentarse a sí mismo más como una víctima del nazismo que como uno de sus apologetas con más eco internacional. No tuvo reparos en describirse como el “Benito Cereno del derecho internacional”.
A veces nos sorprendemos de lo fácilmente que un buen número de grandes inteligencias alemanas se rindieron a la fascinación de la barbarie. Convendría sorprenderse también por lo fácilmente que se cayeron del caballo y se convirtieron a la democracia camino de Nuremberg.
El capitán español Benito Cereno es el protagonista trágico de un cuento homónimo de Hermann Melville. Oficialmente era el capitán del San Dominick, pero en realidad era el rehén de su propia mercancía, es decir, de los esclavos negros amotinados que lo obligaban con amenazas de muerte a representar verosímilmente la farsa de su autoridad, para que de esta manera pasase totalmente desapercibida la sublevación. Lo que parecía una “melancólica falta de interés por su cargo” se explicaba cuando se comprendía que el supuesto criado que cada mañana lo afeitaba era, literalmente, el dueño de su cuello.
¿Era Carl Schmitt tan cínico como parece?
No lo sé.
Su historia aún está por escribir.
Lo cierto es que antes de la derrota alemana, el 18 de octubre de 1941, Ernst Jünger tras encontrarse con él en París, escribió en su diario:
“Carl Schmitt compara su situación con la del capitán blanco de Melville, Benito Cereno, dominado por sus esclavos negros y por ello cita el siguiente aforismo: “Non possum scribere contra eum, qui potest proscribere”.
¿Hay que tomarse estas palabras en serio? Justo en esta cuestión emergen dos Carl Schmitt posibles. Y no sabemos cuál es el verdadero.
Quienes lo creen, sostienen que su ingreso tardío en el partido nazi, el primero de mayo de 1933 (junto a Heidegger, por cierto) le exigió representar un fervor de nuevo converso que inmediatamente despertó las suspicacias de las SS que, efectivamente, siempre desconfiaron de la autenticidad de sus sentimientos. ¿Pero hacía falta llegar hasta la defensa del Führer como protector del derecho?
En cualquier caso los altos jerarcas de las SS que lo criticaron, lo espiaron y consiguieron, finalmente, relegarlo, por sospechar de su tibieza, tampoco tuvieron demasiados reparos en despertarse un día de la inmediata postguerra convencidos de su fe democrática. Algunos de ellos ocuparon importantes plazas en las universidades sentando cátedra sobre derecho constitucional.
Un biógrafo de Schmitt, Bernd Rüthers, escribe:
“Schmitt es el representante y el síntoma de un problema colectivo estructural. Se trata de la tendencia al acomodamiento de enteras disciplinas y generaciones intelectuales, de acuerdo con el deseo y los fines de los poseedores del poder totalitario. Este es un fenómeno de masas, que aparece con diferentes variantes históricas allí donde se producen grandes cambios políticos. No está limitado de ninguna manera a los juristas. Pero los juristas se encuentran siempre necesariamente implicados a causa de su proximidad profesional con el poder político.”
El caso Schmitt es mucho más complejo, pero me parece interesante (como casi siempre) Arendt:"Nada resulta más característico de los movimientos totalitarios en general y de la calidad de la fama de sus dirigentes en particular como la sorprendente facilidad con que pueden ser reemplazados [...]
ResponderEliminarsi existe algo semejante a una personalidad o mentalidad totalitarias, esta extraordinaria adaptabilidad, esta ausencia de continuidad, son indudablemente sus características relevantes. Por ello puede ser erróneo suponer que la inconstancia y el olvido de las masas significan que se hallan curadas de la ilusión totalitaria; lo cierto puede ser lo contrario."
En cuanto al cinismo (sea suave o duro, poco o mucho)de los intelectuales, de Carl Schmitt, creo que denota que sabían muy bien lo que el nazismo era en realidad, "amb qui es jugaven els quartos". Es de suponer, por tanto, que estaban básicamente, radicalmente, de acuerdo; que les parecía un proyecto purificador, por el que valía la pena ensuciarse, sino las manos, el alma.
Lola
Este asunto, y no solamente el de Schmidt o Heidegger, sino el de media Alemania, es de una complejidad enorme. Aquellos que entraron en el Partido en 1933 lo hicieron cuando este ya ocupaba el poder, en sus primeros meses, en momentos en que al margen de la ideología y los métodos SA, poco se conocía. Fascinación entre unos alemanes conservadores que temían por la fragilidad de la República de Weimar. El juego verbal de "necesitamos algo fuerte" estaba servido. Tampopco hay que olvidar la presión social de los grupos nacionalsocialistas, lanzados a la conquista de las mentes. No olvidemos que la señora Heidegger era anti semita y una firma y convencida nazi desde mucho antes.
ResponderEliminarEn el caso de Schmidt, como en el de tantos otros, el paso de afliación puede comprenderse, pero lo que no cabe ser comprendido es la justificación por seguir. Quienes pensaban que sería fácil pactar, colaborar y "hacer su vida" descubrieron que el Partido tenía una mayor capacidad de utilización "del otro" que ellos. A falta de escrúpulos y moral nadie le ganaba.
Una vez en el carro del totalitarismo, la cita de Lola es claramente comprensible, la justificación estaba servida.
El problema, a mi juicio, en la Alemania post nazi no estriba en la justificación de la afiliación y colaboración sino en la falta de arrepentimiento. Justificar la entrada resumiéndo la total coherencia del individuo, es o ha sido, la nborma en Alemania. Se puede comprender la complicidad, el apoyo, el entusiasmo; pero al cabo de los años no aparece en tantos y tantos casos, ni una sola palabra de horror. Y obviamente, Luri, como apuntas en tu post nada más fáil que vivir en democracia siendo totalitario, lo realmente dificil es vivir en totalitarismo siendo demócrata.
Los que creen que merecen un futuro remarcable sin importar la situación se adaptan con mejor o peor suerte a este filo de la navaja desde donde adecuan la conciencia adaptándola para tragar ruedas de molino que siempre resultan de difícil digestión y aquí es necesario remarcar la inteligencia o el estomago de los que lo consiguen, que no son pocos.
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