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jueves, 9 de agosto de 2007

La caridad ejercida con dinero ajeno

Me molesta lo fácilmente que se hace pasar por liebre ética el fatuo gato de la caridad ejercida con dinero ajeno. Puedo entender este malabarismo en el caso de las empresas privadas que intentan reforzar su cuenta de resultados haciendo de la solidaridad un complemento de su imagen de marca (ya he hablado aquí de la Responsabilidad Social Corporativa, RSC), pero me cuesta entender que los poderes públicos se empeñen en dedicar un tanto por cierto de sus presupuestos a causas tan supuestamente solidarias como evidentemente remotas (y por ello generalmente anónimas) y opacamente gestionadas. Pero esto es lo de menos: acepto que todas las causas que reciben ese dinero son justas, que sus receptores tienen nombres y apellidos y que su gestión es óptima. Esto no disminuye mi perplejidad. Ya sé que estoy hablando contra los signos de los tiempos, pero tampoco es que los signos de los tiempos me produzcan entusiasmos desmedidos.

Evidentemente no dudo de la buena fe de nadie. Concedo a los gestores de los intereses públicos toda la buena fe que quieran y, si quieren, hasta el doble, pero me parece que hay algo profundamente perverso en este ejercicio cada vez más extendido de disponer del dinero ajeno para hacer caridad pública. Que quede clara otra cosa: no tengo inconveniente en que aquellos a quienes les molesta el hermoso nombre de “caridad” pretendan travestirlo con la pompa y circunstancia de la solidaridad.

A lo que iba.

En primer lugar no parece que el recaudador de este dinero esté realizando un gesto ético, ya que su bolsillo no se resiente por su acción. Y en cuanto a la voluntad colectiva, no parece que sea un sujeto ético muy consistente. Lo evidente es que yo no tengo opción para decidir ser un bastardo egoísta a la hora de hacer mi declaración de hacienda, ni cuando pago mis impuestos municipales ni cuando cotizo una cuota de una institución que dedica un tanto por cierto de sus ingresos a ejercer la caridad con una parte de mi dinero.

Pero (y pásmese quien quiera) si no pudo optar por ser un bastardo egoísta, tampoco puedo optar por ser un generoso filántropo. Soy solidario sólo en la medida en que puedo ser insolidario. Nadie puede ser solidario por decreto.

Tiendo a pensar que la institucionalización del ejercicio público de la caridad con dinero ajeno además de aligerar penurias anónimas, descarga también la conciencia ciudadana, en la medida en que el ciudadano se siente exonerado de probar su valor humano ejerciendo la generosidad con quien le tiende la mano desamparada en mitad de la calle. La caridad que ya ejercen otros con mi dinero me autoriza a mirar desde lejos a mi conciudadano, sin resquemor, porque el deber de socorrer al indigente es una prerrogativa de los poderes públicos, que para eso recaudan mi involuntaria generosidad.

Frente a la demanda del indigente, el ciudadano no se plantea si quiere o no quiere ejercer su generosidad, sino que se enfada (¡ah, esa hipócrita indignación moral!) porque los gobiernos que lo representan no acaben de una vez con el deprimente espectáculo de la miseria.

14 comentarios:

  1. En estas noche de insomnio, estoy un poco perversa ...no es cuestión de ética el salvar al indigente , tan solo es utilitarismo , necesidad de preservar el orden establecido con medidas preventivas que palien en alguna medida la miseria que puede generar un revolución y cambio social ...el Estado esta protegiendo su estatus de ciudadano y si quiere ser filántropo hasta se desgrava y con eso le premia ...

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  2. Peggy: a mi me parece muy bien que de desarrollen políticas sociales para paliar el sufrimiento que pueda ser paliado. Pero no me refiero en este post a eso sino a los famosos 0,7% (u otras cantidades de este tipo)que se dedican a la solidaridad por decreto: o hace el Estado, mi ayuntamiento, mi comunidad autónoma, mi colegio profesional, mi sindicato, etc.

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  3. ¿La caridad es una virtud republicana? (¡Recórcholis, como lamento no poder leer su respuesta hasta el lunes!)

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  4. ¿La caridad una virtud republicana? Creo no haber dicho eso, pero en cualquier caso, don Tumbaíto, la caridad tiene dos caras: la de la "kharis" y la de la "megalopsykhía". Y en ambos casos originariamente eran virtudes republicanas. ¿Hay alguna virtud auténtica que no sea republicana? Puede usted comenzar, si quiere, por la fe y la esperanza.

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  5. Pues lo mismo don Gregorio , cubrir el expediente a nivel exterior para que no nos invadan desde el tercer mundo .....pura defensa utilitarista del sistema y a saber donde va ese inutil 0,7...buen fin de semana largo

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  6. Claudio

    Lo que posiblemente no sea una virtud es la solidaridad, que es más bien una figura referida a la relación entre socios de una empresa VOLUNTARIA que algo referido a la sociedad, que es otra cosa muy diferente (Oakeshott dixit)

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  8. Claudio: Virtud es la cualidad del "vir", del varón. Traduce la palabra griega "areté" que significa la realización ejemplar de una función (ergon). Por ejemplo, un caballo de carreras tiene virtud si efectivamente cumple con su función. Lo mismo podríamos decir de un cuchillo jamonero. En definitiva, la virtud es la excelencia en el desarrollo de una función. Pero para que haya excelencia ha de haber posibilidad de comparar la conducta de uno con la de otros y, en este sentido es como yo sugiero que no hay virtud que, en el fondo, no sea republicana.

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  9. ¿Y no podría haber también virtudes eremíticas cuando el otro es un otro yo? ¿o Dios?

    Napoleón Lasagabaster.

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  10. Napoleón Lasagabaster:
    ¡Grandes cuestiones, vive Dios!

    El eremita no es virtuoso, porque huye, precisamente del término medio. Es, todo él, puro erotismo: un radical, un imprudente, un ser excesivo, porque el amor es siempre una alteración de la atención. El eremita lleva esta alteración hasta el autismo.

    Tampoco lo es el filósofo. En cuanto filósofo, no puede ser virtuoso sin castrarse a sí mismo filosóficamente.

    Otra cosa es el filósofo en cuanto ciudadano.

    Y respecto a Dios: ¿Acaso existen dioses que no lo sean de ciudad alguna? ¿Existen dioses diseñados a medida para las necesidades idióticas de individuos sin comunicación entre sí?

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  11. Si el filósofo es todo él "puro erotismo: un radical, un imprudente, un ser excesivo", si la esencia del filosofo es ésta, cuando realiza la osadía de mezclarse en política sólo pueden ocurrir dos cosas: que el filósofo se cargue a la polis o la polis se lo cargue a él.
    Entonces no comprendo el porqué de la acusación de fascismo a Heidegger cuando el fascismo, en tanto que totalitario, ya es condición de posibilidad del gran pensamiento.
    Creo que era Schopenahuer quien dijo algo así como que cada gran pensador sería un sultán si se le dejase, no lo recuerdo bien.

    N.L.

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  12. Lo aclaro: quería decir que el correlato político de un sistema filosófico es un sistema totalitario.

    N.L.

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  13. N.L.: Es más sencillo: El correlato político de un sistema es el totalitarismo.
    A mi modo de ver es imposible la relación directa del filósofo (del filósofo auténtico) y la ciudad. Me cuesta creer que el filósofo de verdad se tome la caverna (es decir, la ciudad) en serio. Por otra parte los políticos (y hacen bien) nunca se han tomado en serio a los filósofos. Los casos de Heidegger y Schmitt son paradigmáticos.
    Entre la filosofía y la ciudad la relación posible es la mediada por el intelectual. Y, en este sentido, tiene usted razón, el fascismo y el comunismo no hubieran sido posibles sin su corte de intelectuales.

    Así que, son su permiso, lo corrijo: "El fascismo, en tanto que totalitario, ya es condición de posibilidad del intelectual político"

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