Para ir en tren de Ocata a la Plaza de Cataluña el viajero debe armarse de valor. El que tenga que ir de pie hasta el Clot, lo supone, pues estos son días de playa y los vagones van infestados de bañistas cargados de artilugios y empeñados a hablar a voz en grito. Lo que no supone el ingenuo viajero es la marabunta que se va a encontrar en la estación del Clot. Es imposible dar un paso. Viajeros perplejos, sudados, agotados, despistados, intentan como buena mente pueden moverse en la dirección correcta sin atropellarse para dar con el enlace improvisado que los llevará al centro de la ciudad. No es fácil pasar por esta experiencia y mantener intacta la fe en la bondad natural del género humano. Si es que aún hay por ahí algún despistado en busca de aventuras y vacaciones alternativas, le propongo una tarde en la estación del Clot.
Tras llegar a casa, he acudido mecánicamente hasta este ordenador, dispuesto a hablar de elefantes.
Recuerdo lo ya dicho en otro post: según cuenta Claudio Eliano en La Historia de los animales, a Ptolomeo II le regalaron una cría de elefante que aprendió a hablar en griego, conducta que admiró mucho a todos los ilustrados del momento, porque siempre habían aceptado que la única lengua que entendían los paquidermos era la de la India. Plinio, a su vez, en su Historia Natural, alaba a los elefantes porque gustan del amor y de la gloria y poseen cualidades que con frecuencia se hallan ausentes entre los hombres, como la honradez, la prudencia, la ecuanimidad, el culto a los astros y la veneración al Sol y a la Luna. Añade que el cónsul Luciano se ponía a sí mismo de testigo de que un elefante había aprendido a escribir con su trompa la siguiente frase en griego: “Yo mismo he escrito esto”.
Hoy encuentro en el “Coloquio del conocimiento de sí mismo”, de Doña Oliva Sabuco de Nantes de Barrera esta otra historia:
“Cuenta también Plinio que en los tiempos que Roma florecía se ayudaban los romanos, en la guerra, de los elefantes, y llevaban capitanía de ellos por sí; los cuales, por su gran instinto, dice el mismo Plinio que entendían el pregón en la lengua romana, y llegando un día el ejército romano a un gran río, que tenía el vado dificultoso, mandaron pasar los elefantes delante, y el elefante capitán, que se nombraba Ayax, no osando pasar, estuvo detenido el ejército romano gran pieza, en tanto que fue menester pregonar que el elefante que primero pasase el río le harían capitán, y entonces un elefante, que se llamaba Patroclo, osó pasar, y pasó el río, y todos los demás elefantes tras él, y el ejército romano. Y llegados a la otra parte del río, luego Antíoco cumplió lo que había hecho pregonar, quitando al Ayax las insignias que llevaba de capitán, a manera de jaeces y ornamentos dorados, y los mandó poner a Patroclo, por lo cual el Ayax nunca más comió bocado, y a tercero día lo hallaron muerto.”
A Felipe II, Luri, le subieron uin elefante a El Escorial, triscando por los caminos que suben por la sierra de Guadarrama. Quería verlo. No se sabe que fué de él después, pero lo cierto es que subió vivito y coleando para curiosidad del Señor Natural. Otra suerte había tenido una ballena, que llegó a las costas del Mediterráneo y allí murió. Subieron su cuerpo también, para pasmo supongo de la corte que allí estaba acompñando al Rey.
ResponderEliminarMI padre me hablaba de una elefanta que murió en el Zoo de Barcelona, cuando yo era niño o incluso antes, no lo sé bien. Era una mascota y la llamaban Julia. Parece que unos desalmados le dieron a comer pan con cristales y clavos dentro.
El hombre ha tenido siempre por los elefantes, una simpatía que no se si es natural o adquirida. No sé si simpatizan con él por que le consideran cercano, pero es verdad que hay muchas historias de elefantes tratados con cariño y simpatía y vistos con cierta admiración.
Me gustaría imaginar a un elefante en la estación del Clot.
Por cierto, Alguién sabe de dónde viene:
ResponderEliminar"lo tengo en la palma de la memoria"
Enrri
Qué tiempos, en que hasta los elefantes sabían latín e incluso català del tiempo de Llull!!! Mi pobre homònima paquiderma murio, efectivamente por esta causa, eran frecuente esos actos vandálicos en el viejo zoo, la gente antes 'tampoco' era educada y cívica. Julia fue muy famosa, me hablaban mucho de ella en casa y los vecinos y en la calle Hospital hubo, hasta hace muy pocos años, una zapatería con su nombre y su efigie en el rótulo.
ResponderEliminarpor cierto, me pusieron el nombre por mi abuela, no por la elefanta...
ResponderEliminarEnrri: De la misma fuente que "tengo una memoria de trompa".
ResponderEliminarSeñor Rivera, se pregunta por qué se admira tanto a los elefantes. Podría responderle con estos versos archiconocidos:
ResponderEliminar"Pues lo bello no es más que lo terrible/ que aún logramos soportar./ Y si lo admiramos/ es porque en su calma desdeña destruirnos."
Napoleón Lasagabaster
Luis, Júlia: Habéis coincidido en hablar de la elefanta del zoo. Cuanda estaba recogiendo material para el cómic de la historia de Barcelona, me sorprendió la gran cantidad de referencias que me encontré sobre ella. Parece, ciertamente. que los barceloneses la querían de una manera especial.
ResponderEliminarLuis, respecto al elefante en el Clot... Hay algunos turistas cargados de maletas que lo recuerdan un poco.
Barcelona está sitiada, Luis.
Júlia, por favor, aclara lo de que los paquidermos sabían catalán en tiempos de Llull. Estas historias me fascinan,
ResponderEliminarMe referia a la inteligente intervención del elefante, l'Orifany, en el Llibre de les Bèsties, descubriendo los enredos de Na Renard:
ResponderEliminar-Sènyer -dix l'Orifany-, en pauc anap no pot molt vi caber, ni en persona qui sia de vil lloc, no cap gran honramient ni gran lleialtat...
E puis que Na Renard fo mort, fo sa cort en bon estament. Lo rei féu de son consell l'Orifany e el Senglar e dels altres honrats barons...
Gracias, Júlia. Este es otro de los libros que he leído mal, puesto que no me acordaba, para nada, de lo que cuentas. Y sin embargo, como has visto bien, viene al caso como anillo a la trompa.
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