Me asalta cada vez con más frecuencia la sospecha de que la realidad ya no es lo que era, de que lo posible ha invadido lo real y que lo imposible ha comenzado a parasitar lo posible. Ahí está el caso del Presidente de la República Francesa, dispuesto a presentar pruebas que confirmarán que su mujer no es un hombre (B. me tienes ayuno de noticias). O la izquierda pedagógica, acusando de reaccionarios a los que se empeñan en enseñar a leer y escribir a sus alumnos. Decía Orwell que «en un escritor de hoy puede ser mala señal no estar bajo sospechas de tendencias reaccionarias». El hoy se ha convertido en presente continuo. Posiblemente esté equivocado, pero me temo que la edad adulta es la última utopía que hemos perdido. ¿Qué me dicen, si no, de Sánchez aplaudiendo a los que se cargaron la vuelta ciclista a España (a España, no a Gaza)? ¿Y qué me dicen de Trump, dirigente del país más poderoso del mundo, comportándose como un auténtico patán? ¿Y de Putin jugando (¿jugando?) a meternos miedo? Por si fuera poco, los meteorólogos anuncian que quizás nieve la semana que viene en los Pirineos.
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