Vengo arrastrando desde hace un tiempo la inquietante sospecha de que los partidos políticos ya no intentan hacer realidad la parte posible de su ideal (por utilizar una expresión de un gran repúblico, Cánovas), sino que se desviven por seguir la evolución de la emotividad pública para ver si haciéndola suya consiguen incrementar sus expectativas electorales. Si ahora a los ciudadanos nos diera por querer volar, los partidos políticos nos proporcionarían plumas de colorines para que nos hiciéramos unas alas dignas, y si nos diera por salir a cantar a la calle a las 4 de la mañana, harían que la UNESCO declarase nuestro vocerío un patrimonio inmaterial digno de ser reconocido, apreciado y defendido. Platón sostuvo que la democracia, en el fondo, es una teatrocracia. Parece que acertó, pero no podía sospechar hasta qué punto. Hoy, con las redes sociales y los medios de comunicación, el escenario desde el cual los políticos intentan adoptar su actuación a nuestras reacciones está en nuestra casa. Dicho de manera más directa: La democracia moderna está derivando rápidamente hacia un populismo desvergonzado. Si hay partidos populistas es porque la democracia moderna ya lo es.
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