Erika Kirk perdonó al asesino de su esposo, Charlie Kirk, por fidelidad a la fe que compartían: «Es lo que hizo Cristo y lo que haría Charlie». Muy distintas fueron las palabras de Trump: «Odio a mi oponente y no quiero lo mejor para él». ¿Quién sale ganando? Charlie murió desangrado ante sus dos hijos pequeños, pero Erika perdonó a su asesino y, aunque no pudo librarse del dolor (de hecho perdonó entre lágrimas), se libró de la amargura del odio. La facultad de perdonar le permitió ofrecerle la mano al asesino para ayudarle a rehacer su vida. El cristianismo te permite afirmar la dignidad ontológica (la dignidad inherente al ser humano) del asesino de tu marido, a pesar de su indignidad moral (de su conducta). El perdón sitúa la dignidad ontológica por encima de la moral. Lo reconoce Erika cuando proclama que «la respuesta que conocemos del Evangelio es el amor, y siempre el amor, el amor por nuestros enemigos y el amor por los que nos persiguen». ¡Esto es coraje contracultural! El cristiano, para merecer serlo, se ha de mantener fiel al mandamiento que le permite intuir en el rostro del otro la huella autoral del Creador. Jn.1.: Porque «quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, todavía está en las tinieblas… camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos». Trump, pues, sale perdiendo.
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