Tengo un vecino en mi calle al que la edad lo está volviendo a la adolescencia. Está a punto de cumplir 100 años y cada año ha ido perdiendo memoria, como si perdiese los estratos superiores de un paisaje. Cada estrato perdido es un retorno. Ahora es un niño que vive con sus padres y se mueve con un andador, como si estuviese volviendo a andar a cuatro patas. No reconoce a nadie. Todos los estratos superiores de su memoria se han volatilizado. Me hace recordar lo que le escribió un anciano a una neuróloga que le pidió que escribiera una frase: «Mamá, yo no te olvido». Todo lo nuevo, todas esas experiencias que ha ido buscando a lo largo de su vida; todos esos viajes, fiestas, alegrías, trabajos, desengaños.... Todas las novelas, los versos, las películas, las canciones... Hijos, nietos, mujer, amigos... todo lo que fue una vez presente se convierte en polvo. Todo va siendo erosionado y quedándose atrás, pero nada fue realmente olvidado, la vida puede traerlo al presente, como una película que se pasa al revés, del final al principio. No sé si esto es malo para quien experimenta el retroceso. Pero es desolador para los familiares próximos, que han ido convirtiéndose en extraños para el anciano.
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