domingo, 21 de septiembre de 2025

Cantar como los ángeles

Hace unos años, en un debate en una radio, alguien me preguntó con indisimulada impertinencia, qué le debíamos al cristianismo. «Al menos tres cosas innegables», le contesté. Como me preguntó inmediatamente, añadiendo a la impertinencia la incredulidad, cuáles eran, le contesté que la música sacra (ahí le di en la línea de flotación), veinte siglos de profundización psicológica y la mala conciencia. Él se extrañó de esto último, porque le parecía que le concedía una victoria. «Pero es que sin mala conciencia no existiría la buena literatura», le añadí. Pero vamos a lo primero, a la música sacra. No hace falta mucho esfuerzo para reconocer la grandeza de ese legado. Los cristianos hemos compuesto música celestial y hemos cuidado de la voz humana para que los coros cantaran como los ángeles. Pero a veces alguien de buena fe desafina. Lo experimenté diariamente hace poco tiempo en un monasterio de clausura en el que pasé varios días y con cierta frecuencia lo vuelvo a experimentar en una iglesia madrileña donde se canta con mucha voluntad y entusiasmo, pero desafinando. Y me pregunto si estos que no cantan como los ángeles, sino como los humanos y, más en concreto, con los humanos duros de oído, no serán los preferidos por Dios.

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