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miércoles, 6 de junio de 2012

Sigo leyendo...




... cada vez más sorprendido de mi completa ignorancia de nuestra historia. O mejor: de nuestra intrahistoria. Tengo abiertos aquí mismo -los estoy leyendo en paralelo- dos libros. Uno es la biografía de África de las Heras ("Patria. Una española en el KGB", de Javier Juárez) y el otro es en parte la biografía de Alexander Orlov ("The KGB Orlov Dossier", de John Costello y Oleg Tsarev), una de las personas con más poder en la sombra en el bando republicano. En este último libro me he encontrado la tercera fotografía de Eitington que os muestro, que recoge su apariencia en los tiempos en que contactó con Caridad Mercader. Hay quien dice que fueron amantes. Me cuesta creerlo. No por Caridad, sino por Eitingon, que no se hubiese saltado las tajantes instrucciones que prohibían a los espías soviéticos mantener relaciones afectivas entre ellos. A medida que voy acumulando información, más evidente se me muestran dos cosas. La primera, que cualquiera de las salidas potenciales de la guerra civil conducía a la dictadura. La segunda, que para los soviéticos, mucho más que para los alemanes, la guerra civil española fue una inmensa escuela de prácticas. Y aprendieron, despiadadamente, todo cuanto se podía aprender. Cuando acabó la guerra habían logrado crear una red de espías captados en las brigadas internacionales y en las filas del PCE y del PSUC que veían a la URSS como su auténtica patria. No todos, ciertamente, mantuvieron la fe hasta el final. El propio Orlov se pasó a los americanos. África de las Heras fue una de las pocas que nunca sintió desfallecer sus convicciones. Tuvo la fortuna de morir poco antes de la caída del muro de Berlín. Entre la mayoría de comunistas españoles exiliados en la URSS la pérdida de la fe tomó la forma de una epidemia. No hay ardor ideológico para un mediterráneo que resista temperaturas siberianas. Pronto fueron comprendiendo que aquel sistema no era precisamente un modelo a imitar e intentaron salir de aquel cenagal ideológico que les helaba el alma como pudieron. Pero la mayoría no pudo. El PCE les cerró las puertas. Stalin se lo dejó claro a Dolores Ibarruri: Si los españoles abandonaban la URSS estarían diciéndole al mundo que había mejores lugares para vivir que la patria del socialismo. Y eso no se podía permitir. Fue Claudín quien se empeñó a fondo para convertir la orden en argumento ante los españoles atónitos, condenados a permanecer indefinidamente en un país en el que ya no creían. No podían ni ser expulsados del paraíso... precisamente porque habían probando el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal.

12 comentarios:

  1. Es apasionante. Orlov, antes de nuestra guerra, ya se encargó de organizar nada menos que al "grupito de Cambridge", algunos de los cuales también tuvieron su aportación estelar en la España en guerra. Hay una magnífica biografía de Blunt, como suelen serlo las biiografías inglesas, de Miranda Carter. I una novela que recomiendo vívamente sobre el mismo Blunt, "El innombrable", de Banville.

    Stalin recibió en el Kremlin a una Ibarruri perdedora, recordándole que acababa de perder, incluso antes de saludarla. Las cosas claritas desde el principio. Lo explica bien Gregorio Morán en su historia del PCE.

    Y, efectivamente, no, no había salida políticamente digna a la guerra civil. Lo vieron muy pronto Chaves Nogales, Clara Campoamor, y pocos más.

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    1. Es apasionante y al mismo tiempo triste, muy triste. Desolador. Me pregunto si habrá algún país más confundido sobre su bien común que el nuestro.
      Seguiré tu recomendación.

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  2. Por algo un liberal como Julián Marías decía que le parecía una impiedad resucitar cualquiera de los dos bandos de la guerra civil.

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    1. Si al menos estuviéramos dispuestos, de verdad, a recuperar TODA la memoria histórica...

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  3. Es curioso. Al final resulta que dios es uno y está en todas partes.
    ...tamos apañaos

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  4. Se ha confundido y se confunde antifranquismo con amor a la democracia y decir estas cosas todavía está mal visto. La guerra ya estaba perdida de antemano para la República, que casi nadie quería más allá de cuatro inocentones. Pero según donde dices esto y se te comen.

    La memoria histórica no existe, es revancha histórica en la lectura del pasado, casi creo que la guerra la ganaron los rojos, tal y como cuentan las cosas hoy en día. Por no hablar de los parques temáticos sobre batallas del Ebro, rutas de la paz, y el resto.

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  5. El libro del señor Andrés Trapiello, Las armas y las letras, es un ejercicio de recuperación, no se si de la memoria histórica ( por desgracia irrecuperable, según creo, en un país avieso y cainita como pocos), pero si de esos trasuntos velados de la misma que revelan el verdadero ambiente que se respiraba en aquella época en que las plumas y las espadas combatieron al mismo tiempo y se dividieron en dos lenguas distintas, ambas dos igual de viperinas. Sólo a través de obras con calado humanístico podemos verter un poco de luz en el pasado y alumbrar el presente, en el que aún habitan, como espantapájaros siniestros, algunos fantasmas que se resisten a morir.
    Salud
    Manuel

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    1. Entre los hunos y los otros no hubo espacio para mucho humanismo. Pero sin embargo -y aquí voy a tocar un tema polémico, creo- la transición las hicieron los carrillos y los fraga, que habían estado en trincheras opuestas, mientras que los nietos de los carrillos y los fragas parecen -a veces- dispuestos a reivindicar las trincheras.

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    2. En efecto Gregorio, los nietos de los hunos aún conservan una propensión muy llamativa a no dejar brizna de hierba viva, y los de los otros, una acendrada capacidad para creerse más modernos que nadie. En todo caso creo, modestamente, que un país debe de ser capaz de afrontar su pasado sin rasgarse las vestiduras, alma de cántaro la mía.

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  6. Júlia: Más que apoderarse de la historia, hay genes que viven secuestradas por su visión del pasado.

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  7. Totalmente de acuerdo con el comentario que hace al señor Marcos, lo pienso a menudo cuando leo y escucho con inquietud a según quién y según que y recuerdo las tertulias de verano en el terrado de mi casa de vecinos, en mi infancia, cuando seguidores arrepentidos de fragas y carrillos, gente humilde de a pie y del Poble-sec meditaban sobre los engaños a los cuales les habían sometido las ideologías y prometían olvidar el triste tema bélico, no por presiones del poder sinó por propia convicción.

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  8. Manuel, Júlia: No sé si no sería conveniente introducir un artículo preliminar en la constitución que dijera simplemente: "Queda abolida nuestra historia".

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