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viernes, 22 de junio de 2012

Un poquito de cinismo de nada



Hoy una rusa contorsionista y rubia (rubia lo era, seguro) que pugnaba contra sí misma para impedir que dos grandes batallones del ejército rojo (los excesos del sol) se le echaran a volar por el escote -aquí podría recurrir a imágenes militares, como la de maniobra envolvente-, me ha sonreído en el tren, Y no una vez, no. Pero yo venía leyendo las malandrinadas de Orlov (el superespía ruso en la Cataluña republicana que se pasó a los yanquis)... y me he mantenido inasequible. Antes de subir al tren he estado sitiado en el Colegio de Doctores y Licenciados porque si abrías la puerta de la calle te caía encima una borrasca de huevos. Menos mal que había cava frío en la terraza. Eso de sentirse rodeado por un grupo de combativos sindicalistas de la CGT huevo en mano tiene su qué si el atardecer es agradable, la compañía amable y el cava está frío. No diré nada más. Antes me han llamado de mi compañía telefónica a ver si quería una tarifa más baja y un móvil de tres núcleos gratis. He dicho que sí, más que nada por los tres núcleos, sin pensar en la letra pequeña. Por cierto, la chica que me hablaba tampoco sabía qué era eso de los tres núcleos pero me ha asegurado que con tres núcleos uno no tiene meramente un móvil, sino un móvil de la generación por venir. ¿No era Derrida quien diferenciaba entre el porvenir y el futuro? Antes de todo eso venía en tren de Ocata a Barcelona leyendo las malandrinadas de Orlov, a pesar de que dos señoras sentadas a mi lado la tenían escandalosamente tomada con Rajoy.

3 comentarios:

  1. Este mediodía estaba comiendo solo en Can Ros de la calle Roger de Flor (muy recomendable, por cierto) cuando a mi lado han sentado a un matrimonio digamos que maduro. Él ha abierto el periódico que ha cogido al vuelo de la barra y se ha puesto a ojearlo (así, sin hache, dícese de fijar los ojos en los titulares).

    Simultáneamente, ella ha empezado a hablar de la Lola, que se quería comprar un vestido tal que así o asá; del marido de la Marisa, que fíjate tú que le ha regalado una freidora para su aniversario de bodas; de la Merche, que se ha puesto a seguir un régimen a base de comer sólo frutas no sé qué día de la semana, etc. Lo cual obligaba al señor a levantar la mirada del periódico y prestar atención gestual al monólogo. Pero se le notaba distante por no decir importunado, y a la mínima pausa regresaba a sus titulares, que rápidamente debía abandonar de nuevo porque la descripción minuciosa del vestido de la Lola era menester.

    Ha habido un momento -especialmente tenso- en el cual ella seguía con sus interminables peroratas y él -ah, temerario- permanecía impasible con la mirada pegada a su periódico. Y se ha hecho el silencio. Yo, que estaba justo al lado, apenas un palmo mesa con mesa, he temido por la integridad del susodicho. ¡Qué silencio, Don Gregorio! Silencio atronador, explícito, brutal. ¡Y qué mirada! Ha durado dos segundos, apenas lo que ha tardado él en levantar la mirada y posar de nuevo su expresión atenta, pero ha parecido una eternidad. El monólogo se ha reanudado tras esta pausa, pero a partir de ese momento ha estado salpicado -¿me entiendes lo que te digo?- de reproches.

    He pedido que me sirvieran el café en la terraza.

    No viene al caso, o quizás sí. La cuestión es que hoy he sido testigo del poder del silencio femenino.

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    1. Don Arrebatos, usted siempre viene al caso. Y respecto al poder del silencio femenino... ¿quién no ha sido alguna vez vasallo del mismo?

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