martes, 26 de mayo de 2020

Recuperando el tiempo perdido

Hoy han pasado el día en mi casa mis dos nietos, Bruno y Gabriel, de diez y seis años, respectivamente. Con el mayor he mantenido un trato frecuente durante el confinamiento, pero al pequeño hacia tanto que no lo veía... Ellos, nada más reencontrarse, han reanudado sus juegos habituales. A media tarde se han presentado en mi cuarto con un par de mantas y unos cojines y han convertido mi mesa de trabajo en una cabaña. Los he dejado hacer porque el niño que sigue habitando en mí se ha despertado con sus susurros y era perfectamente capaz de comprender cada uno de sus gestos. Hay mucha melancolía en la comprobación de las tantas y tantas cosas que permanecen latentes en nuestra memoria, esperando el estímulo adecuado que venga a despertar a este o aquel de los que fuimos. Pero con los nietos delante es una melancolía alegre. Viéndolos jugar he recordado escenas que parecían tan olvidadas en mí que ya no las echaba en falta, pero allí estaban, con sus mínimos detalles, esperando un poco de agua para reverdecer.

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