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miércoles, 27 de mayo de 2020

Vértigo


- ¿Cómo te has caído? ¿Has tropezado? -te preguntan los que se preocupan sinceramente por ti. Y tú asientes, porque es más fácil admitir el tropezón que la falta de sustento.

Cuando tropiezas, algo inesperado te ha sujetado el pie y caes de bruces al suelo por culpa de ese objeto que ha interrumpido abruptamente el ritmo de tus pasos. Cuando te falta el sustento ocurre otra cosa: pierdes el sentido de la verticalidad, así, de pronto, y sabes que lo has perdido porque sin tropezarte con nada caes estrepitosamente contra el suelo. Mejor dicho, caes contra algo que no debiera de estar ahí y que sólo con el golpe descubres que es el suelo.  Por eso las caídas son tan aparatosas y la mirada de los que te rodean tan perpleja. Así que, en realidad, cuando te preguntan si has tropezado quieren decir: "¡Pero, hombre! ¿Con qué has tropezado si no hay nada con lo que tropezar?"

Podría escribir la historia de mis muchas caídas.

Notable fue la vez que caí rodando por las escaleras mecánicas de la estación de Sants, pero me levanté con el traje roto, que ya comenzaba a mostrar manchas de sangre en varios sitios porque teneía que ir a Madrid a rodar un capítulo de un programa de televisión que, por cierto, emiten los sábados por la 2. 
 
Más sonada fue una caída en Puebla (México). Me caí en lo más llano, como un saco de patatas, sin elegancia ninguna. Mi cabeza rebotó contra el suelo y mis gafas salieron disparadas. La gente, amabilísima, me rodeó y se interesó por lo que podían hacer por mí, pero yo sólo quería encontrar mis gafas. Cuando entré en el aula de la conferencia noté la sorpresa de todos. No podía mantenerme de pie. Iba hecho un Ecce Homo. Pero di la conferencia y al acabar, pedí, por favor, que me llevaran a la enfermería, donde, por cierto, me atendió con la mayor amabilidad una doctora de Vic que, literalmente, me envolvió en bolsas de cubos de hielo, ya que cada vez que tocaba un punto de mi cuerpo y me preguntaba si me dolía, yo asentía.
Una vez en Madrid, en medio de un chaparrón...

La última fue hace dos días, en una de nuestras excursiones a la naturaleza. Resistí como pude, terminamos la caminata y volví a casa creo que con dignidad, pero llevo dos días sin poder moverme por las magulladuras.

Esto es lo que hay. Que conste que no me lamento. Lo constato. Si es el precio que tengo que pagar por hacer las cosas que hago, no me parece excesivo.

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