sábado, 9 de mayo de 2020

Días de coronavirus, 75. La despedida

Cierro aquí este diario del coronavirus. 

En primer lugar, me sugiere el cierre el fetichismo del número 75. Mejor acabar aquí que en el 83, por ejemplo, ya que en algún momento hay que acabar. 

Por otra parte, echo la persiana con la repetida constatación de que sigue en nosotros bien vivo el tipo de persona que éramos antes del pasado mes de marzo. Vengo de hacer la compra y en el mercado me he encontrado con esas mujeres, muy señoras de su casa ellas, que sólo eligen lo mejor para los suyos y que para elegirlo bien se vuelcan sin mascarilla sobre el género expuesto para indicar que este no, sino aquel de allá o, mejor, aquel otro. 

Echo el cierre también porque quiero rumiar todo lo escrito en estos días, ya que me han hecho una propuesta muy interesante sobre este diario y tengo que valorar lo que da de sí. En su momento, si la cosa sale, que es lo que parece, les mantendré informados. 

La vida sigue y yo recupero mis particulares manías. Por ejemplo, la de despertarme a horas intempestivas con el convencimiento de que eso que he escrito antes de irme a la cama no está bien. Hoy me he levantado a las cuatro para revisar un texto sobre Foucault. Una frase leída sin darle aparentemente importancia se me había quedado atravesada y ha sido la culpable de mi desvelo: "Foucault gleefully hurled stones at the police, he was nonetheless careful not to dirty his beautiful black velour suit." 

Ya he dicho más de un vez por aquí que yo no soy el que pienso mis pensamientos, sino que alguien que sólo en parte soy yo, es el que me piensa a mí corrigiéndome. Mi conclusión, ya avanzada la mañana, es que el pensamiento de Foucault sólo es comprensible si no se lo aleja mucho de las tendencias suicidas y masoquistas del mismo Foucault.

Esto de despertarme a horas monacales es el índice más claro de mi personal vuelta a la normalidad. Les tengo que confesar que a lo largo de estos días pasados he dormido como un lirón.


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