Cuando Henry Schnautz, un veterano militante del trotskista Socialist Workers Party, se enteró del fallido atentado contra Trotsky protagonizado por Siqueiros, lo primero que pensó es que los guardaespaldas de Trotsky no debían ser muy buenos, ya que ninguno de ellos fue capaz de responder al fuego de los asaltantes. No sospechaba que éstos habían contado con la colaboración decisiva de Sheldom Harte en el interior de la casa. Así que escribió a
la oficina de Nueva York del Socialist Workers Party ofreciéndose como
guardaespaldas del "Viejo", aduciendo su condición de magnífico tirador. Como no obtuvo
respuesta, comunicó al partido su decisión irrevocable de irse directamente a México. Ante los hechos consumados, el abogado Albert Goldman, líder trostkista de Chicago y editor de The
New International, le envió una carta en la que le decía;
“Querido camarada, me he comunicado con la gente de la ciudad de México y les
he dicho que llegarás de aquí a seis u ocho semanas. Lo mejor que puedes hacer
es ponerte en contacto contacto conmigo o con alguien de la oficina nacional una semana o
dos antes de tu llegada a la ciudad de México. Entonces podremos enviarte una
carta de presentación”. La persona que pasó esta carta a máquina fue Silvia
Caldwell.
El nombre de pila de Silvia Caldwell
era Sylvia Callen Franklin. Había militado en el Partido Comunista norteamericano y era una ferviente estalinista. Louis Budenz la reclutó en 1937 para trabajar en operaciones especiales,
pasando a depender del agente soviético Gregory Rabinowitz, a las órdenes del cual logró
infiltrarse en las filas del Socialist Workers Party, donde pronto llegó a ser secretaria
de James Cannon, su principal dirigente. Tenía,
por lo tanto, libre acceso a toda la documentación del SWP.
Es decir: los agentes
soviéticos de México conocían al dedillo cada movimiento de Schnautz y no sería de extrañar que lo estuvieran esperando cuando llegó al Distrito Federal, el 1 de julio de 1940. Se hospedó en el Hotel Danky. El 12 de julio
comenzó su servicio como guardaespaldas de Trotsky por decisión personal de
este último.
En su diario, Schnautz se entretiene comentando los pequeños detalles de sus
guardias nocturnas y gracias a ello nos enteramos de la insaciable
voracidad de los mosquitos mexicanos durante la
estación lluviosa, de que los agujeros de las balas del asalto de Siqueiros aún
no han sido completamente reparados, de la música de un piano lejano que interpreta
“Oh Jonny”, de que quizás llueva antes de medianoche, del ruido de los conejos en sus
jaulas en el patio interior de la casa, de las estrellas titilantes, del sonido
de la ligera fuga de agua de la cisterna del váter, del ladrido de un perro, que despierta inmediatamente
una competición de ladridos entre los perros del barrio, de las campanas que dan
la hora, del silbato de un policía, del retorno súbito de una calma absoluta y
provisional, de las sombras enormes de los eucaliptos en la orilla del río
Churubusco, que cortan la vista del Norte y del Oeste, de los mosquitos, de nuevo, del agua
que sigue escapándose de la cisterna, del rocío que comienza a brillar sobre los cables
del tendido eléctrico, de las luces de los coches que transitan por la carretera
de Cuernavaca, al Sur, de la línea tenue del perfil de las montañas, el Popo y la
Mujer Dormida (es decir, el Popocatepelt y la Ixtacuihatl), de los dedos
entumecidos por el frío en la larga noche mexicana, de alguien va al baño, de los
policías que se detienen en la puerta para ver si hay alguna novedad, de los
gallos de la amanecida, etc, etc.
El 10 de agosto fue sábado. Schnautz
describe la transición del sol poniente
hacia el ocaso y las diferentes tonalidades que van tiñendo el Popo en su declive. Al
cerrarse la noche comienza a caer una ligera lluvia. Al cabo de diez minutos
se convierte en un auténtico chaparrón, que, al alejarse, deja las calles llenas de charcos. La oscuridad es casi completa. Sólo está rota por los
relámpagos que alumbran la lejanía.
La siguiente entrada no tiene fecha. Posiblemente fuera escrita el 21 del mismo mes. El atentado mortal contra Trotsky fue la noche anterior. Schnauts sigue haciendo su guardia nocturna. Al ponerse a escribir habla de la belleza
del cielo y de las nubes que se acumulan en las cimas de las montañas. Añade que el Popo y la Mujer Dormida son para él una inspiración constante. Hace
a continuación un comentario sobre las ramas caídas de los eucaliptos y añade esta
confesión: “Las lágrimas corrían por mis mejillas”. Después describe el césped próximo y las lejanas luces de la ciudad.
Esas enumeraciones triviales en el diario, surgiendo de una trama densa en traiciones épicas(o quizá igual de triviales), tienen un aroma espiral a cuento de Borges.
ResponderEliminarAunque, pensándolo mejor, Borges tenía ya entonces la coartada de la ceguera y eso lo descarta razonablemente de la lista de implicados en la muerte de Trotski. O quizás, sin él saberlo, alguien en Moscú traducía sus relatos al lenguaje grandilocuente de la Historia.
Don Joaquín, mis respetos. He leído el diario de Schnautz como si fuera el diario de cualquiera de nosotros, que andamos pendientes de la cisterna del váter mientras la Historia va tramando nuestra historia.
ResponderEliminarmy heart is being squeezed dry as tears....
ResponderEliminarno finish, it just stops