Acabo de llegar a casa y, por supuesto, abro, lo primero, las puertas del Café de Ocata. Mientras contemplo el polvo acumulado sobre el mostrador me digo a mi mismo que como en casa, en ningún sitio, pero inmediatamente me desdigo. ¡No es cierto! Más bien esta noche estaría tentado de escribir que como fuera de casa en ningún sitio. Pero me morderé la lengua y me guardaré este pensamiento para mi mismo. Despernado por la fatiga del mucho andar, me quedo un rato en silencio en la ventana abierta de par en par para que entre toda la brisa marina que quepa y con ella, quizás, algún aroma lejano. Me temo que era inevitabe este tributo a la cursileria. Mañana será otro día.
Depende de por dónde hayan transitado sus pies.
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