“Sin música, la vida
sería un error”, escribe Nietzsche en El
ocaso de los ídolos. Hemos de suponer, por lo tanto, que gracias a la
música la vida posee alguna cualidad que podría calificarse de no errónea, o de verdadera. ¿Cuál es esa cualidad? “En la música -parece respondernos en Más allá del bien y del mal- las pasiones gozan de sí mismas”.
Para aclarar un poco más estas ideas recurro a los aforismos sobre la música (149-169) de Humano, demasiado humano. Se encuentran en la segunda sección del segundo volumen,
titulado El caminante y su
sombra.
El aforismo 159 está dedicado a Chopin y lleva el muy expresivo título de "La libertad encadenada". Se está refiriendo con estas palabras, sin duda, a una idea que desarrolla con cierta amplitud en Más allá del bien del mal: la libertad y el arte no se encuentran en la ausencia de restricciones, sino en su domesticación. La danza es la domesticación de la gravedad y el soneto, la domesticación de la arbitrariedad del lenguaje. La gran libertad, entonces, es la del príncipe. No hace falta decir por qué.
Por su capacidad de hacer música de las cadenas naturales, Chopin le merece a Nietzsche el título de "el inimitable". "Ninguno de los que lo precedieron y siguieron -añade- tiene derecho a este título".
"Chopin poseyó esa elegancia principesca que demostró Rafael en el uso de los colores tradicionales más simples". Recibió las tradiciones melódicas y rítmicas y jugando y bailando con estas cadenas creó arte.
El aforismo 160 se lo dedica a La Barcarolle -la atenéis en el vídeo-. "Casi todas las situaciones y formas de vida -escribe- tienen su momento de felicidad, del que los buenos artistas saben sacar partido. Incluso la existencia al borde del mar tiene el suyo, por muy aburrido, sucio y poco saludable que sea; a ese momento de felicidad Chopin le ha hecho cantar en la barcarola, de manera que, al escucharlo, incluso los dioses podrían verse animados a pasar largas tardes de verano estirados en un barco".
Añado un apunte del aforismo 165. Nietzsche se pregunta sobre quién tiene derecho un artista
distinguido a tratar de producir un
efecto y responde de manera lapidaria: "¡Nunca sobre la multitud! ¡Nunca
sobre los inmaduros! ¡Nunca sobre las almas
insensibles! ¡Nunca sobre los enfermos! ¡Y
sobre todo, nunca sobre las almas
aburridas, nunca!"
En las próximas semanas hablaremos bastante de Nietzsche y de la música. Ya sabrán ustedes por qué.
Todo parece miserable e inútil en cuanto la música enmudece. Se comprende así que pueda ser odiada y se sientan tentaciones de considerar su absoluto como un fraude. Porque cuando se la ama demasiado hay que reaccionar contra ella como sea. Nadie percibió su peligro mejor que Tolstoi, pues sabía que podía dominarlo completamente. De ahí que comenzara a execrarla por miedo de convertirse en juguete suyo. CIORAN
ResponderEliminarUn comentario preciso y bien pertinente. Gracias, Francesc.
ResponderEliminarPues entonces es que yo soy muy tolstoiana y no lo sabía (no sabía que podía llamarme así). Reconozco mi miedo, sé cuánto me puede y aunque la amo, no la quiero en mi vida, más que cuando yo la elijo.
ResponderEliminarla culpa de esta sinrazón aparente la tiene las modas actuales, esta posmodernidad donde todo está lleno de "música", malas, peores o mejores la melodía entra por los oídos como si de ella fuera exclusivo el canal que dirige al espíritu, a todas horas y en los momentos más impensables.
también he llegado a observar/comprobar que son aquellos seres humanos menos capacitados para saber vivir o asimilar su propias emociones los más aficionados a escucharla a todas horas..con el estómago dicen ellos mismos que hay que oírla, yo me río, los identifico con las almas aburridas que usted cita citando (valga la redundancia) a Nietzsche, ¡nunca sobre la multitud....arghh...permítame este casi quejido, la música es un arma muy poderosa, bendita ella, diosa gentil y bien haciente. Que ningún ser humano la utilice, que como con todo lo que toca, puede terminar pervirtiéndola y así usándola para ejercer dominio sobre sus semejantes.
Atenta quedo a esas próximas entregas que anuncia.
Es nuestro sino, doña Sofía, siempre andamos descubriendo en nosotros cosas que no sabíamos que éramos, con lo cual, siempre acabamos redescubriendo que nos desconocemos.
Eliminar¿y lo bonito de resultarnos "nuevos", don Gregorio, eh? ... esa alegría no es comparable con casi ninguna.
EliminarFresquito, le deseo fresquito en estos días achicharrantes.
Al hiperestésico Friedrich se le cayó la música a los pies (y no para bailar, precisamente) cuando el afinado Richard le puso a parir la partitura que le presentó el filósofo con un exceso de esperanza y una sorprendente confianza en su alter ego, a juzgar por el encendido amor que le profesaba. ¿Se perdió un gran músico o se ganó un soberbio aforista? Perdió un amigo a quien idolatraba, sin duda. Con todo, la exaltación del baile que leemos en su Zaratustra es signo inequívoco de un vitalismo ideológico por carencia biológica, un mecanismo de compensación que a mí, por ejemplo, que sudo como una fuente, me hace amar autores como el propio Nietzsche o el no muy distante, geográficamente, Kierkegaard. La música de Sibelius siempre tiene, para mí, un deseado eco de nieve...
ResponderEliminarUna respuesta fácil: se ganó un filósofo musical, es decir alguien que intentó con la filosofía lo que no podía hacer con la música: acercarse al temblor de la phýsis. Phýsis es,exactamente el brotar de las cosas de un fondo oscuro. Don Juan, ¿qué le parece si traducimos phýsis por insurgencia?
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