El primer intento
serio de evaluar la importancia de la música de Nietzche tanto por su valor intrínseco, como por su posición y relevancia en el conjunto de su obra, ha sido el de Curt Paul Janz, editor de su obra musical completa en una fecha tan tardía como la de 1976. Janz no es un filósofo, sino un músico profesional y un investigador destacado de la vida y obra de Richard Wagner que acabó escribiendo una biografía
monumental de Nietzsche (1978).
Janz es capaz de situarse en una distancia crítica que le permite señalar las imperfecciones del Nietzsche compositor, sin por ello reducir sus obras a un mero pasatiempo diletante.
Su tesis principal es que Nietzsche utiliza la música
de la misma manera que el lenguaje, para la expresión de un contenido mental y espiritual. La música es para él un medio de comunicación. Las deficiencias
de composición se deben a su autodidactismo, que es poco sistemático. A Janz no se le escapa que como filósofo también fue autodidacta, pero en este caso fue mucho más sistemático.
Subraya Janz que de los 12 a 14 años escuchó oratorios en la catedral de Naumburgo
y considera que gracias a aquellas audiciones la religión llegó a ser
para él una experiencia estética, lo cual lo animó
a componer una misa, motetes, un Miserere e incluso un Oratorio de Navidad. En 1858, con 14 años, escribió: "Dios nos dio la música para
que, en primer lugar, podamos ser
guiados hacia lo alto por ella. Todas las cualidades están unidas por la
música: nos puede elevar, puede ser caprichosa, nos
puede alegrar y deleitar, e
incluso, con sus melodías suaves y melancólicas, puede romper la
resistencia de los más duros caracteres. Su principal objetivo, sin
embargo, es
conducir nuestros pensamientos hacia
arriba, y a medida que nos eleva, nos conmueve profundamente (...). Los seres humanos que la desprecian deben
ser considerados estúpidos, criaturas medio animales.
Siempre será este regalo glorioso de Dios,
el compañero de viaje de mi vida, y puedo considerarme afortunado de
haber llegado a amarla."
Pero el entusiasmo juvenil de Nietzche no va acompañado de resultados igualmente entusiastas. Janz se
pregunta si su fracaso se debió a la falta de técnica. En cualquier caso, no se rindió. En el verano de 1861 convirtió su Oratorio de
Navidad en una fantasía para piano titulada Schmerz ist der Grundton der
Natur (El dolor es el fundamento de la naturaleza), tras lo cual se
volvió hacia la música descriptiva con una sinfonía, Ermanarich basada en el
poema sinfónico de Liszts Hungaria, con la que se
enfrentó a los límites de su capacidad descriptiva. Janz alaba la ambición del reto y reconoce una cierta
armonía del conjunto. Tras esta obra, se enfrentó a formas musicales menos
complejas, como el lieder, donde musicalmente dio lo mejor de sí mismo.
Después de algún tiempo, regresó a las formas musicales
mayores con una fantasía sobre la amistad, donde Janz encuentra el mismo pathos
que en las cartas que dirige a sus amigos. Concluye que fracasó en
sus composiciones sobre la amistad (Monodie, Manfred, Nachklang, Himno) tanto
como en sus relaciones amistosas, y plantea la cuestión de si Nietzsche
intentó, como en la música sacra, superar su incapacidad para la amistad por
medio de su sublimación estética.
Janz encuentra un fondo común el el variad conjunto de composiciones de Nietzsche: Tienen más que
ver con una carta que con una obra
filosófica, porque son medios de expresión de su intimidad personal. Identifica también un común toque melancólico y, lo que es mucho más relevante, la ausencia de cualquier influencia wagneriana, con la excepción de Nachklang einer Sylvesternacht. Como músico, Nietzsche nunca fue wagneriano.
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