Durante unos segundos los párpados
se movieron con contracciones arrítmicas y convulsiones. Cuando los movimientos espasmódicos
cesaron, el doctor Beaurieux gritó con una voz fuerte y clara “¡Languille!” y
la cabeza pareció obedecer la llamada, pues abrió los ojos y miró
con intensidad y sin contracciones al médico durante un par de segundos.
Después comenzó a cerrarlos muy lentamente y acabó vaciándose de todo rastro de
vida. El doctor Gabriel Beaurieux redactó meticulosamente su informe, dejando
constancia de que aquel 28 de junio de 1905 la cabeza guillotinada del
condenado a muerte Henri Languille había respondido a su llamada. Confirmaba
así el gran número de anécdotas de los tiempos de la revolución francesa que
aseguraban que la guillotina no segaba de golpe la conciencia. Musil, tenía que
ser él, el escritor del hombre que ha cambiado sus atributos por sus posibilidades,
se preocupaba por saber si alguna de estas cabezas alguna vez se preguntó “¿Qué me está pasando?”
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