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viernes, 26 de noviembre de 2010

La Bounty como metáfora III

Como con evidente razón me observa Arrebatos no eran 215 los tripulantes de la Bounty, sino una quinta parte de este número. No hubiesen cabido tantos en la fragata. Una vez corregido semejante entuerto, recuperemos el hilo.

William Bligh llegó sin problemas a Tahití el 25 de octubre de 1788. Antes de presentarse ante los nativos como “el hijo de Cook”, clavó en el palo de mesana de la Bounty la orden de que nadie les comunicase “ni que al capitán Cook lo mataron los indios, ni que está muerto”. Al poco de echar amarras algunos hombres desertaron. No le sorprendió. Cook había conocido deserciones en cada uno de sus viajes. Algunos marineros se tatuaron en sus brazos la fecha de su llegada al Paraíso.

Cuando germinaron las 1.015 plantas del árbol del pan, levó el ancla. Era el 6 de abril de 1789.  La misión parecía felizmente cumplida, pero en las caras de la tripulación era fácilmente perceptible un profundo desasosiego. No podían re4cuperar la rutina marinera porque eran incapaces de alejarse de Tahití..  Bligh se dio cuenta inmediatamente del peligro. Toda la expedición fracasaría si no tomaba inmediatamente medidas extraordinarias. ¿Pero podía la disciplina borrar la memoria del Paraíso?

Se despertó sobresaltado  al alba del 28 de abril de 1789. Unos brazos lo inmovilizaban y tenía una bayoneta apuntando a su pecho. Se habían amotinado nueve miembros de la tripulación, al mando del contramaestre Flecher Christian, encendidos por el reclamo del Paraíso abandonado en el horizonte. La Bounty ya no le pertenecía. Fue maniatado y empujado hasta cubierta en camisón, donde le comunicaron que junto a los dieciocho marineros que le permanecían fieles debía abandonar inmediatamente la nave. Le cedían una  pequeña chalupa. 

Una vez sueltas las amarras que mantenían la chalupa abarloada a la  Bounty, Bligh  exigió a todos una absoluta e inmediata obediencia: “¿Juran obedecer mis órdenes, cualesquiera que estas sean?”. No mostraba ni la desolación del derrotado ni la desazón del perplejo. Por el contrario, con su uniforme con ribetes azules y blancos y sus brillantes botones dorados, hacía gala de una presencia de ánimo que  ponía de manifiesto su  absoluta seguridad en su competencia. Fuesen las que fuesen las dificultades por venir, estaba seguro de  poder conducirlos hasta Timor, a 3.618 millas de distancia.

En cuanto vio su promesa cumplida, Bligh le escribió a su mujer: “Queridísima Elisabeth [si hubiese perecido] no habrías tenido a nadie que te mirara como yo te miro”. Añadía que a lo largo del interminable viaje ni una sola vez perdió la esperanza. 

Una réplica de la chalupa, con el nombre de Lizzy, el diminutivo de su mujer, se encuentra actualmente en el museo de Weymouth, en el sur de Inglaterra. Mide 7 metros de longitud y en su parte más ancha alcanza los 2 metros. Su calado es de 80 cm. 

Por cierto el padre de Elisabeth, la mujer de Bligh, era un buen amigo de David Hume y de Adam Smith. 

4 comentarios:

  1. Bligh fue luego gobernador de una región de Australia y sufrió, de nuevo, un motín. ¿No tendría que ver con su carácter? No sería un tirano, como equivocadamente le achacaron y achacan, pero sí parece que era una persona que insultaba mucho a sus subordinados.

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  2. Es un personaje apasionante. Gracias a su determinación fue capaz de realizar la increíble proeza de dirigir la Lizzy hasta Timor. Sin embargo parece que era incapaz de gestionar lo que podríamos llamar la normalidad.

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  3. Ayudó bastante a que sus subordinados mantuviesen la cordura en la Lizzy el hecho de que desembarcasen en una isla, en la que murió uno de los hombres, de cazadores de cabezas. Eso quita a la tierra parte de su atractivo.

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  4. Su primera casa en Londres estaba justo al lado de lo que hoy es el Imperial War Museum en el barrio de Lambeth. Una placa azul commemora este hecho

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