Cuando se me acabó el dinero que me había traído a Barcelona, vendí mis discos en una tienda de discos de segunda mano y cuando se me acabó el dinero de la venta de los discos, vendí mis libros de Carlos Edmundo de Ory a un pintor cuyo nombre olvidé inmediatamente. Nunca volví a leer nada más de él.
Descanse en paz el poeta cuyos versos me pagaron aquel bocadillo de calamares y aquel tanque de cerveza en la Plaza Real... recuerdo que la tarde era soleada... eso tuvo que ser en noviembre o diciembre de 1976.
Añado un lamento por todos nosotros, los huérfanos. Juan Poz tiene razón.
Añado un lamento por todos nosotros, los huérfanos. Juan Poz tiene razón.
¡Terrible día de desapariciones! A De Ory, cuyos aerolitos, deudores de las greguerías, se leen con gusto y sonrisa de complicidad, se suman Berlanga, maestro de la sal gruesa y la fina ironía, cuyo Plácido me parece una de las mejores películas de le Historia del Cine, y el inmortal Henryk Górecki cuya Tercera sinfonía op.36, también llamada Sinfonía de las lamentaciones, la tengo por la obra musical más emocionante que he oído en mi vida, sobre todo si se pone en relación con la tragedia de a quienes rinde en ella tributo.
ResponderEliminarEstamos de luto, sí.
los poetas no mueren nunca. . .
ResponderEliminarhttp://anochecuandodormia.blogspot.com/2010/11/ahora-si-que-la-hemos-jodido.html
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