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domingo, 14 de noviembre de 2010

Políticos y convicciones


Kojève siempre me espera agazapado en los recodos del camino. Cada vez que creo haberlo dejado atrás se venga de mí tomando un atajo y saliéndome al paso con preguntas para las que me cuesta articular una respuesta precisa. Ahora anda por aquí, merodeando e incordiando aprovechando mi perplejidad ante el inicio de la campaña electoral en Cataluña.

Pienso que los políticos quizás puedan permitirse hoy el lujo de tener creencias firmes, lo que no pueden permitirse es tenerlas bien definidas. En estos tiempos en que el ideal de libertad ha tomado una delantera enorme al ideal de justicia, las convicciones se construyen a la carta, con retazos coloristas de pensamientos ajenos una vez extirpados del cuerpo que les dio vida para poder ser utilizados como elementos decorativos de nuestra existencia. "Todos -me dice Kojève-, necesitamos sentirnos valiosos y las fuentes de valor no se encuentran en la biología, sino en la mirada de aprobación de los ojos que nos miran. Sentirnos valiosos es sentirnos el centro de miradas de aprobación ajenas"


El político, más que ningún otro ciudadano, necesita representarse a sí mismo como portador de valor y para ello le es imprescindible conseguir que converjan en él nuestras miradas. Para ello debemos encontrar en él algo de valor, y como somos muchos y diversos, buscamos en una misma persona valores que no son estrictamente coincidentes, por eso el político necesita proponernos verdades ambiguas, verdades que nos sirvan como tests proyectivos de nuestra demanda de valor. Si define con precisión en lo que cree, corre el riesgo de perder unos cuantos cientos de miles de electores.



Hablar mal de los políticos que nosotros mismos diseñamos con nuestras demandas de valor me parece una miaja ruin. Son nuestros cotidianos monstruos de Frankenstein, en el bien entendido que los doctores Frankenstein somos legión, cada uno de nosotros. Por eso los políticos han de organizar campañas para sobreexponer ambigüedades políticamente correctas para su electorado potencial. Es eso exactamente lo que queremos de ellos en esta postmodernidad postpolítica en que votamos. Lo que un político tiene que conseguir es que cada  uno de sus electores potenciales acabe convencido de que sus propias convicciones de diseño están bien representadas en el escaparate de las convicciones del político.

Por lo que parece, es imprescindible que el electorado crea que el político posee convicciones fuertes. No es nada bueno que sepa exactamente cuáles son.

5 comentarios:

  1. Pero eso es frustrante, ¿no cree? Si ignoramos las convicciones de nuestros supuestos representantes, en el mejor de los casos nos decepcionarán. Quizás sea una apreciación mía, pero no creo que esta burbuja en la que se ha instalado la política y los políticos beneficie a nadie. Parece un ecosistema aislado con un microclima propio y por completo ajeno a la gente que espera algo de ellos.

    De la entrevista a Felipe González que publicó hace unos días El País, al margen de la polémica populista, me llamó la atención este fragmento:

    "Hace unos cuatro o cinco años, me encontré por casualidad en el aeropuerto de Washington con Henry Kissinger, y me dijo él, que es un malaleche: "Mira, Felipe, la política ya está en manos de gente que te hace discursos pseudo religiosos y simplistas y que son más bien ofertas de venta de electrodomésticos". Es verdad. Y añadía: "Ha desaparecido de tal manera el debate de ideas, el contraste de ideas, estamos en una simplificación tan grande de la política, que ha dejado de interesarme. Me aburre profundamente el mundo que estamos viviendo". Contradictoriamente, cuando aparece un político con proyecto y discurso, como Obama, corre el riesgo de ser arrastrado por las corrientes demagógicas y simplistas."

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  2. ¿De dónde extrajo la cita, sr. Luri?

    Es fascinante la nariz de Kojève.

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  3. Si entiendo bien la cita de Kojève, esa importancia del reconocimiento por lo otros ocupa un lugar central ya desde Rousseau.
    Siguiendo ese hilo (identidad, reconocimiento), Gauchet llega a lo que llama representación/espejo.
    Si tiene razón, quizás es por eso que vemos a los políticos tan iguales a nosotros y queremos verlos como nos gustaría ser: con 'carácter'. Aunque no acabemos de tener claro, ni ellos tampoco, pendientes como están de nuestro último capricho, en qué consiste eso.

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  4. Debería haber añadido un punto más: el juego de ambigüedades que se pone en marcha con la estrategia del voto se rompe después muy pronto si el político elegido no es capaz de gestionar con acierto las aspiraciones narcisistas que su electorado ha puesto en él. Para ello lo decisivo no son las medidas con que legisla, sino sus gestos cotidianos; la estética, vaya. Si el elector acaba teniendo vergüenza de su elegido porque no puede verse reflejado en él, pone fin a su fidelidad.
    El elector, que renueva sus fidelidades en cada elección (es decir que posee una fidelidad condicional que es inherente a la democracia) exige al elegido una fidelidad incondicional (en esta descompensación se encuentra el origen del populismo).

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  5. No sé quién dijo que hoy el gran problema de los políticos es decidir a que grupo de electores perjudica con sus políticas, ya que hay tantos valores y necesidades incluso dentro de los votantes de un mismo partido, que siempre vas a tener que perjudicar a alguno.
    Pero este nivel de indefinición tan alto, en los mítines por ejemplo, también provoca desafección al convertir todos los discursos en parecidos (en la TV escuchamos siempre lo mismo) , vagos, y una convicción de que la política en realidad no cambiará nada, que es lo que pasa hoy. Además, también he visto el caso de que, ante tanta indefinición, sólo que uno vea en un partido un tema/convicción con la que se identifique claramente , aunque sólo sea por esto, ya le vota.
    No veo muy clara esta estrategia.

    Siempre he votado al mismo...no sé que significará

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