Algunas personas, notablemente las aquejadas de males románticos en su versión católica ortodoxa, es decir, en su versión más melancólica, salían a la calle, allá a finales del XIX, vestidos de tal manera que parecía que su propósito era encontrar el cortejo de su propio entierro, para ponerse a la cola, el último, y empaparse así del polvo levantado por los pies de los dolientes. Este fue el caso de Celestí Barallat (1837-1905). Según dice Ferran Sáez, era un hombre "lívido y silvestre, vestido invariablemente de negro y cubierto con un sombrero de copa altísimo y pasado de moda". Le acabo de hacer una hornacina en este café, por haber sido el autor de una obra que, aunque sólo fuera por el título, ya merece este honor: Las plantas no comestibles de los cementerios. Junto a su nombre tendré buen cuidado de que se mantenga siempre fresca una dalia de colores encendidos.
http://blogs.forbes.com/trevorbutterworth/2010/09/08/beware-the-internet-as-liberation-theology/
ResponderEliminarHay cada personaje... Abrazos.
ResponderEliminarHay libros que uno no sabe cómo ha podido sobrevivir sin conocer su existencia. Sin ir más lejos este.
ResponderEliminarEso si que es todo un manual de autoayuda.
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