I
Voy leyendo en mis ratos libres (es decir, en los ratos que libero de la marabunta de mis compromisos) los Recuerdos de un anciano, de Antonio Alcalá Galiano, que son la memoria viva de un hombre que quiere ser juicioso consigo mismo sin por ello mermar el cuadro vivísimo de su/nuestra historia que nos va desgranando en buena literatura. Yo sospecho que el primer deber de un buen historiador es escribir bien.
II
Me gustan mucho los pequeños rodeos que da para describirnos con pinceladas certeras los rasgos caracteriales de los sujetos que se asoman a sus páginas.
De don José Frías, que llegó a ser ministro de marina, dice: «Hombre de mediano talento y un tanto de instrucción superficial, solemne en sus modos, campanudo en su lenguaje, que había sido encausado como constitucional en 1814 y condenado a una pena leve, y que después, como escamado, andaba cauto por demás, en punto a contraer compromisos, aunque, con inconsecuencia no extraordinaria en los hombres, no dejaba de persistir en algunos que bien podían serle fatales».
Del marqués de Villafranés: «Caballero jerezano de singular extravagancia [...] se jactaba de dormir en una dura tarima, creyendo esto conducente a la salud intelectual más todavía que a la corporal, pues contaba que a sus hijos, como les hallase dificultad en la comprensión al seguir sus estudios, había remediado el mal de él reputado gravísimo, con rellenarles sus almohadas en vez de plumas o lana con piedras».
II
Subrayo también las pequeñas confesiones personales que hace como de pasada, porque las siento muy mías: «Puede ser que como todo viejo estime yo las cosas de mis mocedades en grado superior al de su merecimiento, y tase las de ahora en valor inferior al suyo real y verdadero». ¿Y no es esta duda uno de los rasgos característicos de un conservador desacomplejado? ¿Y no es el hecho de encontrarse a uno mismo en las palabras de un hombre supuestamente de otro tiempo lo que nos hace pensar que los tiempos nunca fueron totalmente otros?
III
Así describe la proclamación de la Constitución de 1812 en Cádiz: "Era el caso [...] uno de aquellos en que un pueblo entero, sin dar lugar a la reflexión, obedece a un impulso único que le domina y arrastra, porque, aun a los más opuestos a la ley que se estaba promulgando y ensalzando, y aun a los más persuadidos de que la causa de la Independencia estaba perdida, aquel acto, para los primeros odioso y para los segundos ridículo, si meditada y friamente le consideraban, embargaba, suspendía e inspiraba un júbilo irresistible».
IV
Me suelen pedir con frecuencia que recomiende libros. Me suelo negar porque me parece obvio que no estamos todos hechos para los mismos libros, pero, sobre todo, porque cada uno ha de construirse su trayectoria como lector. Pocas cosas nos informan con más rigor de lo que hemos venido siendo que la lista de los libros que hemos venido leyendo.
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