I
«Se ha de hablar como en un estamento, que a menos palabras, menos pleitos», nos advierte Gracián, y yo asiento. La verdad es que cada vez me gusta menos discutir, pero no es por prudencia, sino por pereza. ¿Será la pereza la prudencia del pusilánime?
II
Estoy disfrutando con la lectura de He estado pensando, la biografía de Daniel Dennett. Me gusta la agilidad serena de su prosa, que está salpicada, por aquí y por allá con gotas de humor. Pienso que alguien que escribe así ha de ser intelectualmente fiable y que alguien que ha vivido así ha sido muy inteligente.
IV
Repasando y redondeando algunos puntos de mi intervención de ayer en la Abat Oliba. Siempre me pasa lo mismo: pienso más rememorando y rumiando que preparando. Me digo que el diálogo, el acuerdo… son grandes palabras en política pero en vez de aclarar, ocultan el problema del consenso. Ningún político llega al poder en una sociedad democrática sin el apoyo de personas que o no lo conocen o lo hacen de manera muy sesgada. No gobiernan los más sabios, sino que gobierna el consenso entre los que saben de qué va su gobierno y los que lo suponen. Frecuentemente los más entusiastas suelen ser estos segundos.
V
Cuando alguien me saca a relucir el espacio público, la razón común, el pacto, el pensamiento crítico... suelo responder, con Lippmann, que el ciudadano objetivo, analítico e imparcial, simplemente no existe. Que lo que existe es el hooligan exaltado y el mero aficionado, pero todos llevamos la camiseta de nuestro equipo cuando acudimos a un partido.
VI
Nueva comida familiar con un postre de pastel con velas y cumpleaños feliz.
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