Voy en el AVE camino de Sevilla. A mi izquierda dos varones de unos 35 años. Son, indudablemente, pareja. En los asientos de delante de ellos viaja un matrimonio de ancianos. Ella no tiene menos de 85 y él sobrepasa los 90. Se mueven despacio y el anciano está desorientado. Los dos hombres están continuamente pendientes de los viejos. Los cuidan, los miman, están atentos a cada una de sus necesidades, incluso se anticipan a ellas, como si supieran leerlas antes de manifestarse explícitamente. Cuando el viejo va al baño, lo acompaña uno de ellos y entra con él en el servicio. Todo lo hacen con naturalidad, cariño y diligencia, con amabilidad delicada y eficiente. Con amor, en fin. Y yo, que voy escribiendo en mi portátil no puedo dejar de mirarlos de reojo, admirado y, sí, un poco enternecido. Cada caricia que se hacen entre ellos me parece una confirmación de su grandeza. Aquí hay heroísmo, señores.
A ver si Fedro tenía su punto de razón.
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