“El hombre que mide las nubes” es una escultura de Jan Fabre que representa a un hombre alzándose sobre el peldaño más alto de una escalera intentando medir las nubes. Inicialmente se colocó en el Museo de arte contemporáneo de Gante (1998), pero después el artista la ha ido reproduciendo en distintos lugares: Bruselas, Roma, Kanazawa, Amsterdam, San Francisco…
Según Fabre, la escultura está inspirada en “El hombre de Alcatraz” (1962), película en la que Burt Lancaster representa a un interno en la prisión de alta seguridad de la isla de Alcatraz. Cada día da un paseo en el patio de la cárcel, que dedica a observar el vuelo de las gaviotas con tal meticulosidad que acabará siendo un experto ornitólogo. Al salir de la prisión contesta estas palabras a quien se interesa sobre sus planes de futuro: “Voy a medir las nubes”.
Se acerca el día del libro y quiero aprovechar esta imagen para clamar en el desierto por la edición en español del libro de Günther Anders “Die Antiquiertheit des Menschen”, que podemos traducir por “La obsolescencia del hombre”.
La tesis de Anders es que ya no podemos creer con la confianza de Protágoras en que el hombre sea la medida de todas las cosas. Hoy, en realidad, el hombre está siendo medido por sus propias máquinas. A este fenómeno le da Anders el nombre de “vergüenza prometeica”. El Prometeo moderno está encadenado a su mismo orgullo. Ha dado de sí una tecnología que lo supera y ante la cual cada vez se siente más perplejo. Comparado con sus productos tecnológicos, el hombre ha dejado de dar la talla. Incluso la talla moral, porque ya no es capaz de controlar las consecuencias éticas de lo que pone en el mercado. Lo que produce supera su capacidad de representación y, por lo tanto, su responsabilidad.
El libro de Anders me parece fundamental, precisamente porque fue escrito hace ya 51 años.
Esto de que el hombre no da la talla en comparación con las máquinas que produce, sería directamente relacionable con el consolador millonario que compró el Beckam para su chati, no??
ResponderEliminarLa Celia, que siempre está al quite, se refiere a :
ResponderEliminarhttp://elcafedeocata.blogspot.com/2007/04/al-qaeda-y-el-onanismo.html
Se lee en "Conceptos Fundamentales " de Martin Heidegger, algo relacionado.
ResponderEliminar"el emplazamiento fundamental de la modernidad es el "técnico". Dicho emplazamiento no es técnico porque haya máquinas de vapor y posteriormente motores de explosión, sino al contrario: si hay cosas tales es porque la época es "técnica". Eso que llamamos técnica moderna no es solo una herramienta, un modo en contraposición al cual el hombre actual pudiese ser amo o esclavo; previamente a todo ello y sobre esas actitudes posibles, es esa técnica un modo ya decidido de interpretación del mundo que no solo determina los medios de transporte, la distribución de alimentos y la industria del ocio, sino toda la actitud del hombre en sus posibilidades; esto es: acuña previamente sus capacidades de equipamiento. Por eso la técnica solo es dominada allí donde, entrando previamente en ella y sin reservas, se le dice un sí incondicional."
Creo leer aquí que el concepto del hombre como centro y medida queda en lo obsoleto en lo que llamamos los tiempos modernos.
Este texto es el curso (no se si original o producto de una revisión posterior) del curso que impartió Heidegger en la Universidad de Friburgo, en el verano de 1941, mientras los alemanes invadían la URRS.
Luis: Anders fue uno de los primeros alumnos de Heidegger. En su círculo conoció a Hannah Arendt, de la que sería su primer marido.
ResponderEliminarCierto, fué el amor del desamor...
ResponderEliminarHe oído el eco de un poema de Rilke, citado y comentado por Heidegger en "Y para qué poetas"; "versos de anticipadora clarividencia", los llama Heidegger. Ahí van:
ResponderEliminarLos reyes del mundo son viejos
y no tendrán herederos.
Los hijos mueren ya de niños,
y sus pálidas hijas entregaron
al más fuerte las enfermas coronas.
El vulgo las trocea para hacer monedas],
el nuevo señor del mundo
las dilata en el fuego para hacer máquinas],
que sirvan rugientes a su voluntad;
pero la dicha no está en ellas.
El metal siente añoranza. Y quiere
abandonar las monedas y las ruedas,
que le enseñan una vida pequeña.
Y de las fábricas y las cajas
fuertes]
retornará a los filones
de las montañas, cuyas fallas
se cerrarán nuevamente tras él.
(de "Libro de las horas" (1901))
Lola
Lola o la palabra precisa.
ResponderEliminarDe "¿Para qué poetas?" recuerdo especialmente el comienzo, porque se lo leí exaltado a unos amigos que estaban pasando unos días en casa y me miraron como si estuviera loco por afanarme en semejantes naderias:
"¿Y para qué poetas en tiempos de penuria?", pregunta la elegía "Pan y vino" de Hölderlin. Si hoy en día casi no entendemos la pregunta, ¿cómo vamos a comprender la respuesta que da Hölderlin?
Pues eso.