domingo, 19 de octubre de 2025

El hombre de palo

La buena gente de Educatio Servanda decidió darme un premio. «A toda una vida dedicada a la enseñanza», me dijeron cuando me lo comunicaron. Hay algo conclusivo, definitivo y fatal en eso de darle a alguien que cree tener aún vida por delante el premio a una vida. Es como decirle que ya no merece tener esperanzas. Pero los de Educatio Servanda son buena gente, están haciendo una labor impresionante y, sobre todo, me caen muy bien. Así que lo acepté encantado. El viernes por la noche lo recibí en Toledo. Me encontré allí, entre otros locos, con viejos conocidos con los que comparto la admiración por ese rarísimo libro de Jesús Fueyo que es La vuelta de los Budas. En la cena tuve a mi izquierda a Cayetana I de España. Aproveché el viaje para volver a recorrer con mi mujer esta ciudad inigualable, incluyendo la calle del Hombre de Palo, que recuerda el robot creado por el ingeniero Juanello Turriano, el primer flanêur de la ciudad. Aproveché también para ir a sacar unas fotos de la asombrosa Sinagoga mayor de Toledo y enviárselas a B. Bien entrada la medianoche viajamos en taxi a Madrid, porque el sábado por la mañana tenía un compromiso. No me di cuenta de lo cansado que estaba hasta que al atardecer me senté en mi asiento en el AVE. Me suelo repetir a mí mismo que la vida es como el hierro, que si no se usa se oxida. Sigo creyéndolo, pero mis rodillas se han empeñado en convertirse en un lastre que me cuesta arrastrar por las calles. Para recompensarme, el azar amigo ha querido que tenga cuatro aciertos en la Primitiva del sábado.

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