lunes, 13 de octubre de 2025

Pedagogía y evidencia: el agua y el aceite

Me comenta la directora de una escuela y, lo que es peor, me lo comenta con orgullo, que a los niños que tienen problemas para deletrear les hacen deletrear mientras saltan en una especie de cama elástica en miniatura para que reciban una instrucción multidimensional y, de esta manera, alguna de sus inteligencias se sienta interpelada. Cada vez lo tengo más claro: el discurso pedagógico es completamente refractario a las evidencias. Se alimenta de buenas intenciones y de prácticas alérgicas a los codos que algún chiflado ha considerado milagrosas. No importa lo desacreditadas que estén la teoría de las inteligencias múltiples o la de los estilos de aprendizaje, ahí siguen, impasible el ademán. No importan las críticas que recibiera Piaget, porque, simplemente, se ignoran. No importan las críticas de Bruner al constructivismo, porque se desprecian. Pero lo que me subleva es que la misma escuela que está permanentemente abierta a las ocurrencias pedagógicas defienda, machaconamente, la importancia del pensamiento crítico.

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Me acaba de llegar, recién horneado: