¡Qué despiadado es el tiempo moderno, que nos hace asistir a los entierros de nuestros mitos! Los antiguos, los griegos y romanos, tenían mitos inmortales, que ni envejecían ni sucumbían al peso de la edad. Transformados en estrellas, gracias al catasterismo, nunca dejaban de brillar. Nosotros hemos visto a nuestros mitos, boquiabiertos, en las pantallas del cine y de la televisión, en las portadas de la prensa, en nuestros mismos sueños. Pero son mitos frágiles que si bien no envejecen en el celuloide, han sido ya acogidos por sus tumbas y sus pobres estrellas del Paseo de la fama de Holliwood Boulevard. Nuestros mitos son generacionales, es decir, de un brillo precario y con fecha de caducidad, Estoy tan hecho ya a los entierros que más de una vez he enterrado a personas que gozan de buena salud y, tras dar por hecha su desaparición, me topo con ellas en las calles. Algunos me preguntan por mi cara de sorpresa y nunca sé muy bien qué decirles.
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