Ayer mantuve un debate interesante con el claustro de profesores de un centro concertado de Barcelona. El director me mostró con orgullo las listas que habían confeccionado con el vocabulario habitual de los alumnos y me explicó cómo lo trabajaban en los diferentes ciclos, dando por supuesto mi aplauso. Estas situaciones en las que unos profesores me enseñan, ufanos, el fruto de un largo trabajo que, sin embargo a mí me parece poco consistente, son difíciles de encarar sin provocar algún gesto de decepción, pero... ¡qué le vamos a hacer! Al director de este centro le repliqué que está bien reforzar el vocabulario habitual del alumno, pero que estaría mucho mejor que le enseñase el inhabitual. El primero, el habitual, lo encierra en sus círculos sociales cotidianos, mientras que el inhabitual le muestra lo que hay más allá de su familia y de su barrio y, por lo tanto le proporciona el mapa de un país desconocido. A mi modo de ver, precisamente para esto está la escuela.
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