domingo, 4 de febrero de 2024

De Villanubla a Tordehumos

 I

Campos de Castilla, cuánto os he leído y que poco os conozco. Apenas os he pisado. Apenas os he mirado de frente.

II 

Fernando Pardo Parrado ha venido con su coche a recogerme al aeropuerto de Villanubla, en Valladolid, y me ha llevado por esos admirables pueblos de dios, a disfrutar intensamente de la soledad de las calles y de los tonos pasteles de los campos al atardecer. Y ha sido tan generoso que después de enseñarme castillos, monasterios y campos, ha concluido la excursión en  una magnífica librería de viejo que se encuentra en el pueblo de Urueña. 

III

No hay nada más hermoso que la generosidad de la gente. Fernando me ha dedicado la tarde de este domingo plácido, denso, y hermoso, que me ha permitido ver horizontes remotos bajo un cielo homogéneamente azul intenso.

IV

Cada paisaje tiene el cielo que se merece.

V

He llegado al hotel a eso de las 7 de la tarde. He deshecho la maleta, me he duchado, he leído un poco y me he metido en la cama, cansado y satisfecho.

VI

Hemos pasado cerca de Tordehumos, pueblo en el que, en 1579, había un hombre que se había refugiado en la iglesia por miedo a un mercader al que le debía dinero. No salía bajo ningún pretexto. Pero el mercader, interesado en recuperar lo suyo, no dejaba de pensar en la manera de hacerlo. 

En estas estaban cuando en el pueblo se determinó representar un Auto de Fe en la fiesta del Santísimo Sacramento». 

Como el encerrado en la iglesia era el mejor actor del pueblo, le rogaron que representase a a Cristo en la escena del Huerto de los olivos. Tras mucho argumentarle que nadie lo reconocería por estar bien disfrazado, obtuvieron su asentimiento.

Un alguacil, enterado de todo, corrió a contarle al mercader lo que se preparaba, asegurándole que él estaba puesto a prenderlo si le diese siete ducados. El actor que tenía que representar la figura de Judas era muy amigo suyo y convino con él que en el momento en que fuera a darle el beso traidor, empujara con fuerza a Cristo, sacándolo del escenario. En ese momento lo podría tomar preso.

Así se hizo. Pero al recibir el empujón, Cristo le dijo a San Pedro: "Y vos, Pedro, ¿qué decís?" Y apenas lo hubo dicho, Pedro echó mano a una espada y le dio tal golpe al alguacil que había prendido al Cristo, que le abrió la cabeza.

Todos acabaron en la cárcel.

Hubo juicio y esta fue la sentencia:

«Primeramente mandamos que a Judas, por la traición y maldad, le sean dados seiscientos azotes. Al San Pedro declaramos y damos por buen Apóstol y fiel, y al Cristo damos por libre y que no pague la deuda. Y al mercader que pierda la deuda, y al alguacil que se cure de la dicha herida a su costa».










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