I
Es curioso nuestro tiempo. Lo posible parece haberse comido lo real de tal manera que no nos sorprende que una mujer quiera casarse con un árbol, un loco se corte una pierna para demostrar su dominio de sí, o un excéntrico médico chino anuncie la posibilidad de un transplante de cabeza, pero convertimos en noticia, en todos los medios, el hecho de que en invierno haga frío.
II
Ayer por la mañana desayuné en el Café de la Ópera, en las Ramblas. Hacia al menos 30 años que no entraba allí. Todo es distinto, aunque todo está igual. Ayer me pareció solo un café caro que conservaba una decoración de otro tiempo. Después fui a grabar un programa de televisión y acabé la mañana en unos grandes almacenes, aprovechando las rebajas. No había más que jubilados con sus mujeres que tardaban una eternidad en salir de los vestuarios. En la mayoría de los casos ellos eran maniquís de los caprichos de ellas. Ellos insinuaban querer estos pantalones o aquella camisa, pero ellas decidían qué pantalones y qué camisas les iban bien. Y solían tener razón.
III
Cada cosa que nos pasa no es sino el último eslabón de una larga cadena de improbabilidades que viene a dar casualmente en nosotros. ¿Qué probabilidades había de que ese señor, precisamente ese, salga del vestuario con ese pijama puesto, me pida que le vigile las cosas y se recorra media planta en busca de otro pijama dos tallas mayor? ¿Y de que en el tren de vuelta a casa se siente frente a mí una joven brasileira con el cuerpo atravesado por piercings? Podríamos decir que nuestra biografía es el intento de convertir la sucesión de lo improbable en un relato con introducción, nudo y desenlace.
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