I
"A veces pienso -me dice M. en el cercanías- que soy la versión desechada de mí mismo".
No le hago caso, sé que simplemente le gustan las frases así, un poco dramáticas, pero en cuanto me quedo solo -¿no te sabrá mal, verdad, M.?- la escribo en el móvil para no olvidarla. Al llegar a casa decido recuperar el blog. A ver si consigo mantenerme fiel.
II
Decidí comprarles un pastel a los curas del pueblo y me presenté en la casa parroquial con él, tan ufano. Pero a pesar de que llamé con insistencia en la gran puerta de la entrada, no me abrieron. Al dar la vuelta a la casa vi que estaban en una planta superior de sobremesa. Intenté llamar su atención, pero como no lo conseguí, me fui para casa con el pastel en la mano. El problema es que estaba de Rodríguez y me parecía excesivo para mí solo. En esto vi que venía en dirección contraria a la mía una mujer relativamente joven a la que la vida no ha tratado nada bien y ella, para resarcirse, no para de beber cerveza, desde primera hora de la mañana. Se nota bien por dónde ha pasado a lo largo del día por el reguero de latas de cerveza vacías que va dejando.
- ¿Quieres un pastel? -le pregunté.
- ¿Qué?
- Que si quieres este pastel...
- Así, sin más.
- Sin más.
¿Pero por qué?
- Porque estamos en navidad.
Se lo di y lo aceptó con una cara de perplejidad un poco desconcertante.
- ¿Te puedo dar un abrazo? -me preguntó.
- ¡Claro!
Y se me abrazó como si yo fuera el salvavidas provisional de su naufragio.
- Muchas gracias -me dijo.
- De nada. Déjalo un par de horas para que se descongele.
Seguí mi camino y la dejé a mi espalda. A los pocos pasos escuché de nuevo su voz. Me volví. Ahora estaba acompañada de dos hombres que parecían haber salido de la nada. Los reconocí. Poseen la misma afinidad por la cerveza.
- ¿Puedo compartir el pastel con mis amigos?
- Es tuyo. Puedes hacer con él lo que quieras.
- Feliz Navidad.
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