Mi admiración por Maquiavelo es cada vez mayor. Me acabo de releer el Príncipe, diciéndome a mí mismo -como me digo después de cada relectura- que ahora sí que he entendido el libro, y estoy con los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, repitiéndome. Tengo la sensación de que lo que Maquiavelo proclama a voz en grito en el Príncipe, en los Discursos te lo susurra al oído, como diciendo, "esto que ahora te voy a contar sólo te lo digo a ti con la confianza de que sabrás guardarme el secreto". Y claro, lo escucho como un cómplice, pero, como podéis ver, como un cómplice indiscreto, de poco fiar. Pero nadie que nos cuenta un secreto tiene derecho a pedirnos que le guardemos lo que él no ha sabido guardar. Le agradezco sus confidencias como una muestra de confianza y, al mismo tiempo, de una valentía que difícilmente se permitiría un escritor moderno. La posmodernidad no creerá en Dios, pero sí cree en el pudor y en la corrección política. Como muestra, un botón: "El deber del hombre bueno es enseñar a otros el bien que no ha podido poner en práctica". ¡Toma ya!
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