Buscar este blog

lunes, 31 de marzo de 2008

Amasis y Polícrates

Cuenta Herodoto la historia de la amistad entre el rey Amasis de Egipto y el tirano Polícrates, de Samos. Este último poseía una poderosa flota que le permitía dominar las rutas comerciales del Egeo, obteniendo cuantiosos beneficios. Tan cuantiosos que su amigo Amasis comenzó a preocuparse seriamente por lo desmesurado de su buena fortuna. Los dioses son envidiosos y se sienten un poco empequeñecidos cuando a los humanos les sopla la fortuna de manera favorable durante mucho tiempo. Y Polícrates parecía blindado contra cualquier infortunio. Esa –pensaba Amasis- no es una vida de hombre. Por eso le sugirió a Polícrates que, si no quería ganarse la enemistad del cielo, hiciera todo cuanto estuviera en sus manos para humanizar el curso de su propia vida con algún pesar. Conmovido por este consejo, Polícrates decidió recortarle un poco las alas a su buen hado y buscó alguna cosa muy querida cuya pérdida pudiera lamentar. Finalmente eligió un espléndido anillo de oro que estaba adornado con una refulgente esmeralda. Se embarcó en una nave de cincuenta remos y cuando creyó estar lejos de todas las rutas conocidas, lanzó la joya al mar y regresó a su palacio dominado por un sentimiento paradójico, pues se encontraba feliz por haber conocido al fin la pesadumbre. Y, por ello mismo, preocupado. ¿Significaba esa perplejidad que estaba estrenando su condición humana? Era feliz porque lamentaba una pérdida y estaba preocupado porque seguía siendo feliz.

Siete días vivió Polícrates en ese estado de perplejidad. Lo arrancó del mismo un pobre pescador, que se presentó ante él con el regalo de un enorme pez que acababa de pescar en alta mar. Polícrates sospechó lo que ocurriría a continuación y abrió el pescado inmediatamente. Efectivamente, en sus entrañas estaba el anillo que había querido perder.

Cuando Amasis, en Egipto, se enteró de lo ocurrido en Samos, decidió poner fin a su amistad con Polícrates. Así, cuando a éste le alcanzaran los males que tarde o temprano los dioses descargarían sobre él, no tendría que compartir, por imperativos de la amistad, el dolor inevitable.

7 comentarios:

  1. Los griegos sentían Culpa por ser demasiado feliz. El pecado original fue la “felicidad excesiva”. Y por eso los Dioses castigarán al griego excesivamente feliz. Ese castigo divino es como el pie del hombre que aplasta a un insecto. Ese momento es cuando el Hades cae sobre el Destino del hombre feliz,sin ningún sentido para el hombre, que no sea pensar en la “envidia divina” del Dios hacia el hombre. A los hombres no se les permite ser demasiados felices, dice el sabio griego.
    La vida para el hombre, debe ser sufrimiento “agón” en medio de la mediocridad.
    Por eso, el héroe griego al excederse en su Gloria (agallia) debe ser necesariamente castigado por los dioses por medio de la “desgracia”.Eso es precisamente el sentido trágico de los griegos que Nietzsche estudia en su libro El nacimiento de la Tragedia Griega. Eso es el sentimiento que expresan las tragedias griegas arcaicas. Asumir ese destino o esa fortuna o esa justicia divina tan especial, es vivir la vida en el sentido griego. Es afirmar algo que prodría llamarse nihilismo nietzscheano. Pero ese sentimiento de culpabilidad por sentirse plenamente feliz, es propio del alma humana impregnada del sentimiento de culpa. Una culpa que si bien no es la del cristiano se acerca mucho a ella. Pues no es el pecado cristiano, una acción contra el Dios en pro del deseo de más felicidad. No expresa el mito de Adán y Eva una ambición desmesurada o excedida de lo que el Dios creador, le ha procurado. Visto así, griegos y cristianos, han expresado ese mismo sentido profundo de culpa que el ser humano experimenta cuando desea ser más feliz.Y por ello, en contra de lo que pensaba Nietzsche, el cristianismo y lo griego arcaico están muy cercanos, en lo que se refiere a este sentimiento de la culpa. Aunque los griegos no busquen ningún pharmakón que les cure de ese sentimiento, y los cristianos sí lo busquen en paradójicamente la trascendencia que le ofrece ese mismo Dios. Si Amasis, hubiera sido cristiano, hubiera gozado de la “caritas” y no hubiera abandonado a su amigo, incluso en el dolor del castigo divino.

    ResponderEliminar
  2. Me quito el sombrero ante el comentario de Enrri.Siempre me he preguntado sobre esa inquina de los dioses griegos hacia los hombres , por otra parte el Olimpo me parece demasiado antropomorfo

    ResponderEliminar
  3. Genial, absolutamente genial, agradezco a los dioses esos que tu comentas la buena fortuna de haber leido este post

    Gracias amigo

    ResponderEliminar
  4. Entonces, los dioses no guíaban la vida los griegos...¿Qué hacian exactamente?.
    Curioso. Me asalta la duda de cuánto estimaba Polícrates a Amasis. ¿Puedo ser en verdad, la pérdida de su amigo, la desgracia que Amasis esperaba cayera sobre Polícrates?. Pero tal vez perder un amigo no sería desgracia suficiente...

    Saludos Don Gregorio.

    ResponderEliminar
  5. Alejandro: Piense que la relación privilegiada de los olímpicos con los humanos era el estupro.

    ResponderEliminar
  6. Pues yo, pobre ignorante, creía que ése era un sentimiento cristiano, o inducido por el cristianismo, la idea de pecado, y el concepto (más bien católico, ¿no?) de que no hay dicha sin sufrimiento.
    Pero entre tú y Enrri ya me habéis aclarado que no. Gracias.

    Un abrazo, Gregorio, y que disfrute usted de la comida navarra.

    ResponderEliminar
  7. No creo que la concepción griega del exceso (hibris), en este caso de felicidad, sea comparable a la idea cristiana de pecado. Polícrates conseguía un exceso de sucesos felices que, invariablemente, afectaban a otros seres humanos. Pero nunca desde el punto de vista moral, como una deuda, sino simple como como una rotura del orden. Hacer una analogía entre el sentido trégico griego y el pecado cristiano no me parece correcto.

    ResponderEliminar

Jerusalén

 I Recibo una invitación para visitar Tel Aviv. Mi mujer me dice que ni hablar. Pero yo digo que sí. Si he conducido en Nápoles, ¿cómo no me...