Yo hacía tan feliz el viaje en tren de Ocata a la Plaza de Cataluña, sentado en el lado del mar, con un libro de Simmel entre las manos y disponiendo de los cuatro asientos para acomodarme a mi antojo. Y el viaje ha sido feliz hasta la estación del Clot, donde ha tomado un cariz singular. Dos mujeres jóvenes, de no más de veinticinco años, morenas, pizpiretas, de pechos aprisionados en tops cuatro tallas más pequeñas que las aconsejables para no morir asfixiado, se han sentado a mi lado. Una a mi izquierda y la otra enfrente. He tenido que echarme para atrás y recoger las piernas. Inocente de mí, hacía como que me interesaba más Simmel, y ya me disponía a realizar el resto del trayecto bizqueando cuando un guardia jurado ha subido al tren y señalándome con la porra ha gritado, para que lo oyera todo el vagón:
-¡Vigile, que esas roban! ¡Mucho cuidado! ¡Son ladronas rumanas! ¡Si se descuida, lo pelarán!
El tren ha dado la señal de partida y el guardia ha bajado de un salto al andén, desde donde me ha hecho una seña de advertencia, llevándose el dedo índice al ojo
- ¡Mucho ojo!
¡Qué remedio!Las dos mujeres parecían estatuas de sal. A pesar de lo comprimido de su torso, estaban hieráticas, sin ni tan siquiera respirar. Juro que lo he observado todo con detalle por el rabillo del ojo. Su absoluta quietud tenía algo de intrigante. Me he guardado a Simmel en el bolsillo, he cruzado los brazos y me he dispuesto a vigilar. En el vagón todo el mundo esperaba que sucediera algo inminente.
Y así he hecho el resto del viaje, como un Jesucristo postmoderno, entre dos ladronas imprevisibles. Tanto podían saltarme a la yugular como caer fulminadas por falta de oxígeno.
Al llegar a la Plaza de Cataluña han resucitado las rumanas y se han bajado, y yo con ellas. Pero yo me he dirigido a la salida y ellas han cambiado de tren.
Tiene razón Borges: El cielo y el infierno son un exceso. Las acciones de los hombres no merecen tanto.
Por esa razón pienso que las presentaodras de telediario deberían ser bizcas. Para que no te roben la cartera.
ResponderEliminarTenga cuidado don Gregorio, que las emociones son adictivas. Se lo digo yo :))
ResponderEliminarKSNDR
A Simmel también le habría interesado el hábito de las rumanas. No en vano escribió una filosofía de la moda.
ResponderEliminaraysh...por qué a mi nunca me avisa nadie?
ResponderEliminarDon gregorio: ¿Cuánto a aprendido de bacalat salat en ese mirar por el rabillo del ojo? leyendo su relato me he quedado sin respiración. ¿Cómo andaba la suya en todo el trayecto? Las turgencias crean turbulencias... ¿O es al contrario?
ResponderEliminarDESDE el MAR...Abrazos
Neelam
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ResponderEliminarAnónimo: prefiero pensar que los bizcos deberíamos ser nosotros, para dejarnos robar la cartera sólo por quien nos supiera mentir con suficiente verosimilitud.
ResponderEliminarKasandra: Yo voy desarmado, o, como mucho, con pistolas de fogueo.
ResponderEliminarEduardo: Soy un reincidente lector de Simmel desde hace muchos años. Desde, exactamente, que leí su "De la aventura" y me di cuenta cuánto le debía Ortega.
ResponderEliminarCelia: Ser robada es un privilegio (yo tampoco me lo creo... pero no sabía cómo animarla).
ResponderEliminarNeelam: ¡Cuánto tiempo! ¿Por qué mares anda usted?
ResponderEliminarLas turgencias crean, siempre, turbulencias. Ese es al menos mi caso. Un inminente viejo verde, ya ve usted. Y no diré que me disguste.
Como no tenía ninguna a la derecha, podemos ¿inferir? que ambas eran "malas" (¡aunque estuvieran muy "buenas"!)...
ResponderEliminarA mi derecha estaba la ventanilla del tren, por lo que me tenían arrinconado, las muy malas malosas. Pero en vez de asaltarme me dejaron esta historia.
ResponderEliminarno sabia que los ladrones tenian nacionalidad propia. la estupidez en cambio es universal.
ResponderEliminarPor lo de "rumanas" más me ha parecido un relato corto 'gótico-festivo' de dos vampiras y Paco Martínez Soria...O de las azúcar Moreno y Antonio Garisa...
ResponderEliminar;-)
jejeje
ResponderEliminarFritz