Como de bien nacidos es ser agradecidos, tengo que hablar hoy, sin falta, de la bruja Marcel·la. Ya pensaba hacerlo, ya, pero lo he ido posponiendo por esto y por lo otro. El motivo inmediato es que ayer me preguntaron, “¿Oye, de aquello de tus pies, qué?”. Yo ya ni me acordaba. “¡Si hombre, si no podías ni andar!”. “Fue la bruja Marcel·la, que me dijo ‘¡Levántate y anda!’”. Y claro está, tuve que explicar la historia que ahora os explico a vosotros.
Ni las circunstancias ni las perspectivas eran para dar saltos de alegría. Al verme decaído, unos amigos de Premiá, Celia y Joan me aconsejaron acudir a la bruja Marcel·la. Evidentemente desprecié su consejo. Se supone que los que nos dedicamos a esto de la filosofía alguna deuda tenemos con el racionalismo.
Pero al día siguiente la bruja Marcel·la me llamo por teléfono. Celia me había traicionado vilmente. Y yo, que soy más apocado que educado, la escuche en silencio.
“Mira –me dijo- no te voy a dar ninguna medicina, no tendrás que tomar nada. Ni tan siquiera te tocaré. Me limitaré a ponerte las manos por encima, a un palmo más o menos de los pies y te diré si puedo ayudarte o no. Ah, y no te cobraré ni un céntimo. Yo no cobro nunca”.
Y fui. Eso sí, sólo. Nadie tenía que ser testigo de mi defección.
La bruja Marcel·la vivía en un tercer piso de un edificio bastante céntrico de Premiá. Esperaba encontrarme, no sé, con una parafernalia de excentricidades, pero me abrió la puerta una chica de unos diecinueve años ante la que me sentí absolutamente indefenso.
Me hizo pasar al cuarto de estar, donde estaba su novio viendo la tele. El muchacho aprovechó la presentación para ponerme al corriente.
“Lo que tiene es un poder. Lo ha recibido del cielo, como una gracia. Puede comunicarse con las fuerzas cósmicas y curar muchas cosas que los médicos no entienden. Pero sólo emplea esta gracia para el bien y de gratis, porque no es como una carrera que haya tenido que sacarse hincando los codos, sino un don”.
Mientras el muchacho hablaba la bruja Marcel.la apagó la tele y me pidió que me sentara en el sofá, que me descalzara (¡Ay, Wolfowitz!) y que pusiera los talones sobre un taburete de fornica*. A continuación puso las manos sobre mis pies, sin tocarlos. No habían pasado ni diez segundos cuando me dijo: “Esto tiene cura, te lo digo yo. Serán tres sesiones, tres días seguidos, de diez minutos cada una. El primero te pondré las manos y tú sólo notarás un alivio ligero y pasajero, en cuanto salgas de aquí te volverá el dolor. El segundo día mientras te ponga las manos notarás mucho calor en los pies y durante el resto del día apenas sentirás unas leves molestias. El tercer día el calor será mucho más intenso, pero cuando acabe, ya estarás curado, el dolor se te habrá ido para siempre.”
Y así fue. Y aquí estoy, dando testimonio “urbi et orbi” de mi bienestar fisiológico y de mi perplejidad ideológica.
Nunca he vuelto a ver a la bruja Marcel·la. Y de esto hace al menos quince años. Ella me llamó por teléfono a la semana de concluir las sesiones interesándose por mi estado. Le dije la verdad: estaba perfectamente. Tanto es así que no me he vuelto a poner las plantillas.
Tengo una deuda pendiente con esta mujer. La próxima vez que vea a Celia y a Joan les preguntaré por su paradero. Como mínimo se merece un buen ramo de flores.
* La Cel·lia me corrige desde Japón: "Formica" (marca registrada: material muy resistente revestido por una de sus caras con una resina artificial, decorativa y brillante), no "fornica". ¿En qué estaría pensando yo? ¡Tengo que consultar con Sor Kasandra!
Off topic
ResponderEliminar¿Recibes mis correos a tu cuenta en telefonica.net? Nunca hay acuse de recibo, tal vez, al utilizar mi propio servidor de correo (minismtp -ideal para los portátiles), sean detectados como spam, digo.
apunte luri
ResponderEliminardigo yo que el taburete era de Formica, y no de fornica...
o a lo mejor, se trataba de un chiste lujurioso?
Claudio.
ResponderEliminarMi mujer es masajista deportivo, de recueración y demás asuntos de ese tipo. Y practica, en según que casos, reiki, que se parece mucho a lo que usted explica. En otros, auriculoterapia (acupuntura en las orejas, vamos).
Para mi estupefacción (ya somos dos), funciona.
Doña Celia: Le agradezco el correctivo. Nunca acaba uno de saber lo que hay dentro de sí. Y lo peor es que yo tiendo a sostener que nuestros errores nos corrigen
ResponderEliminarClaudio: Usted no tiene una mujer, tiene un motivo de envidia colectivo.
ResponderEliminareste estraño suceso me recuerda un cuento del último libro de Francesc Serés, La força de la gravetat, que se titula "El do". Me consta, además, que también se basa en hechos vividos por el autor.
ResponderEliminarme intriga saber qué pasa por la cabeza del filósofo que vive una situación como ésta, más allá de la perplejidad ideológica.
RMF: En mi caso lo que hay es una evidente mala educación por mi parte. Aún le debo una muestra sincera de agradecimiento. Salí de aquel piso curado, pero al cerrar la puerta, decidí también recluir todo aquello en un apartado de mi memoria donde guardo los recuerdos que no quiero visitar. El caso es que una vez comenté esto en el bar de la facultad de filosofía de la UB y las autoridades académicas que había allí me pidieron el teléfono de Marcel·la. No se lo di porque no lo tenía.
ResponderEliminarNo puedo opinar... nunca me ha sucedido algo así. Pero si me he sobrepuesto a algunas de forma milagrosa... así que diré que existen y que sí tiene que ser un don y ella un ángel :)
ResponderEliminarUn beso
http://odeo.com/audio/7833823/view
ResponderEliminarUn beso :)
Doña Kasandra: acabo de escuchar su amable mensaje. Ha sido todo un placer. Y, evidentemente, he repartido efusivamente los besos que usted ha dejado para mi familia. Usted ya lo sabe, pero permítame que se lo repita: es siempre bienvenida por aquí. Su voz le da a este ambiente un toque de terciopelo.
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