"Siempre aprendo alguna cosa de las hormigas, de las moscas y de los pequeños seres naturales, y Su Señoría [Monseñor Querenghi] puede darse cuenta de que detesto aprender de los hombres. »
Es esta una observación de Tommaso Campanella (1568-1639) que saco del olvido gracias a esa editorial que me ha proporcionado los mejores momentos de lectura de mi vida, Les Belles Lettres.
Teniendo a los insectos por modelos, Campanella se atrevió a ordenar con un comunismo meticuloso las minucias de la vida de los hombres, a fin de que pudieran vivir en felicidad, filantropía, armonía y virtud. A su proyecto le dio el nombre de “La ciudad del Sol”. Pero consideró necesario rodear a esta república, aparentemente feliz, con siete murallas en cuyos muros imaginaba inscrito todo el saber necesario, de manera que los solarianos pudieran estudiarlo a medida que se paseaban. El gran enemigo de este proyecto era el ocio, la madre de todos los vicios.
Los « solarianos » manifestaban un gran interés en mejorar su raza, riéndose de nosotros, que nos preocupamos de perfeccionar las de los animales mientras nos descuidamos de la nuestra. Para ello era especialmente importante que hubiera más gente sana de cuerpo que sabia de mente, puesto que los sabios no son muy de fiar en las cosas de la procreación. «Como están ocupados siempre en especular, su espíritu animal (que es el encargado de la procreación) es débil, y engendran hijos débiles. » Eliminados los sabios, lo que queda es la virtud de un comunismo sexual más voluntarista que voluptuoso.
Lo más asombroso de
Este filósofo dominico poseía unos conocimientos enciclopédicos y una memoria minuciosa y precisa. Todo le interesaba, desde la magia a la política. Por participar en una conspiración fue arrestado en 1599 y sometido a lo largo de seis interminables meses a todo tipo de torturas. En los tormentos perdió a jirones casi un kilo de carne. Me imagino que fue observando los trajines de los insectos de su celda como fue construyendo su Ciudad del Sol.
Escribió otras muchas obras, además de poemas y una extensa correspondencia, entre cuyos destinatarios se encontraba Galileo. Cuando finalmente fue liberado, se dirigió a Roma, donde intentó dar a conocer sus escritos. Pero la aparición de los mismos le ocasionó nuevos motivos de persecución, por lo que tuvo que refugiarse en Francia, donde el propio Richelieu lo tomó bajo su protección. En la corte francesa redactó el horóscopo del futuro Luis XIV.
Que se mueran los feos.
ResponderEliminarLas mujeres virtuosas del franquismo sostenían que Dios había puesto en el mundo a las mujeres de mala vida para que así pudiera brillar con más esplendor la virtud de las honestas. Pues igual ocurre lo mismo con los feos y la belleza.
ResponderEliminarHacia los primeros años 70 del siglo pasado, trabajé en un proyecto publicitario en el que una mujer envuelta en redes paseaba por una playa (creo recordar que se rodó en Garraf y que el producto eran unas medias pantys) con una imagen muy sofisticada, tomada a contraluz. No había desnudeces ni nada en absoluto (observar la referencia del año). Pues bien, en un momento y en una fracción de segundo, el sol del contraluz penetraba hasta el objetivo por un espacio minúsculo a la altura de la entrepierna, atravesando la red, casualidad óptica de muy buen gusto en la que nunca reparamos en la situación del destello. La mujer del gobernador civil de Málaga, creo recordar, llamó a Doña Carmen Polo de Franco para ponerla en antecedentes del intento deliberado de mostrar la parte genital de una modelo y el spot fué retirado de pantalla.
ResponderEliminarAsí brilló el esplendor de las honestas, Luri.
Por cierto que veo a este Campanella como a un fray Juan de la Cruz desviado a la izquierda, pero algo de ensimismado y (supongo) canijo.
Esta obsesión con el mundo animal... Hace poco un amigo me mandó un escrito que empieza así:
ResponderEliminarA la biografia de Colerus es llegeix el següent: "Cercava aranyes a les quals feia lluitar entre elles o bé mosques a les quals llençava contra la teranyina i contemplava després aquestes batalles amb tant de plaer que més d'una vegada no podia contenir el riure". I és que els animals ensenyen, com a mínim, el caràcter irreductiblement exterior de la mort.
Tengo para mí que esa famosa risa, cierta o no, resuena en buena parte de la literatura, y del arte en general, contemporanea. No es una risa alegre. Hiela la sangre. Y también la encontramos en Nietzsche, malgré lui. Es superficial decir que la filosofía de Spinoza es vitalista, liberadora y alegre. Pero lo prefiero mil veces a esa sublimación bobalicona en forma de utopía.
Lola
Luis: ¡Qué historia! Digna, sin duda de aquel entrañable Celtiberia Show!
ResponderEliminarLola: La naturaleza es terrible y, además siempre se reserva la última palabra, cuando no el gesto gratuito de apuñalarnos por la espalda. Todo lo que hacemos -comenzando por los ecologistas- es dar manotazos contra su telaraña, pensando que así exorcizamos su ceguera omnipotente. La naturaleza no conoce la ironía, todo en ella es puro cinismo. Pero esto es algo que es necesario olvidar para poder vivir en paz (relativa).
ResponderEliminarEn cuanto a los insectos: desde ayer que escribí esto ando dándole vueltas a la idea de un hombre sabio, pero imprudente, analizando la vida de los insectos, que en la mugre de la cárcel serían legión, para aprender de ellos sobre la humanidad exactamente lo que se negaba a aprender de los hombres.
Creo que es Stendhal quien refiere una historia protagonizada por hormigas. Un paseante por el bosque pisa un hormiguero y provoca su derrumbe. Corren las que sobreviven a lo más profundo y en una caverna, nada platoniana desde luego, inician un largo debate. Para unas la catástrofe es castigo divino a causa del olvido de la ley, para otros causa natural, para algunas magia indescirable, y así, mientras discuten el caminante se aleja.
ResponderEliminarMagnífico. Todo.
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