Cómo me he divertido con La Hora de todos, de Quevedo, a quien la edad me va haciendo frecuentar cada vez con más asiduidad. Él, la verdad, no sólo se deja querer sino que no tarda nada en soltarte alguna confidencia, de manera que pasa muy pronto de conocido a cómplice y nunca defrauda. Estas son las penúltimas palabras de esta obra: "Venus aullando de dedos con castañetones de chasquido, se desgobernó en un rastreado, salpicando de cosquillas con sus bullicios los corazones de los dioses. Tal cizaña derramó en todos el baile, que parecían azogados. Júpiter, que, atendiendo a la travesura de la diosa, se le caía la baba, dijo:
- ¡Esto es despedir a Ganímedes, y no reprehensiones!"
"En la ignorancia del pueblo está seguro el dominio de los príncipes; el estudio que los advierte, los amotina. Vasallos doctos, más conspiran que obedecen, más examinan al señor que le respetan; en entendiéndole, osan despreciarle; en sabiendo qué es libertad, la desean; saben juzgar si merece reinar el que reina, y aquí empiezan a reinar sobre su príncipe."
ResponderEliminar(Quevedo. La Hora de todos)