Hay cosas, amigos, que no se olvidan. Dejan una huella que se mantiene siempre fresca. Este será, seguro, el caso de mi defensa del deber moral de ser inteligente en el salón de grados de la facultad de derecho de la Universidad de Sevilla, con la introducción del decano, Alfonso Castro, y la presentación de Javier Sánchez Menéndez, poeta y amigo. Concluí con estas palabras: "En 1622, estando Grocio en París, fue parado un día en la calle por un desconocido que le preguntó cómo podía convertirse en alumno de Grocio. Éste, calmadamente, le respondió 'Lege veteres, sperne recentiores, et eris noster'. Es decir: 'Lee a los ancianos, ignora a los modernos y serás de los nuestros'. Yo, como respeto mucho a los grandes modernos, os diría: 'Leed a los mejores y podréis ganaros el derecho de sentaros a sus pies'."
En las primeras filas estaban varios profesores de la facultad y Enrique García Vargas, que tuvo la gentileza de asistir, además, acompañado de otro sabio, Genaro Chic. Espero, Enrique, que tengamos la oportunidad de vernos algún día despacio. He cargado con tus regalos toda la mañana.
Disponía de poco tiempo, pero estando mi hotel cerca del Parque de María Luisa, era inevitable caer gozosamente en la tentación de un largo paseo (On human nature de Roger Scruton en el bolsillo de la americana, sin abrir). He dejado para esta mañana una nueva visita al Museo Arqueológico. Esta vez me he detenido en los ídolos antropomorfos del III milenio a.C.
Y en las estelas de los siglos X al VII a.C.
Y, por supuesto, he visitado la nueva instalación del siempre sorprendente tesoro de El Carambolo.
Para despedirme de la ciudad, he navegado hasta La Isla de Siltolá, en busca de los signos geométricos que adornan la arena de sus playas. He salido con don Manuel Azaña bajo el brazo.
Ahora cuando escribo esto, echo la vista a las horas pasadas en Sevilla y me doy cuenta de que lo que verdaderamente me ha impresionado en este viaje ha sido el alumnado presente en la charla. Eran muchos y no se oyó ni una tos a lo largo de mi intervención. Notaba que estaban pendientes de cada palabra que decía y que eran jueces severos de cada una, que es como tiene que ser. Me atreví a defenderles la clase magistral. Más aún: me atreví a decirles que una buena clase magistral es una de las mejores maneras de aprender a pensar. Les hablé, sin piedad, de Concepción Arenal, de Balmes, de Luis Vives, de Daniel Bell, de Jacob Klein, de Sócrates, de Proust, de Plutarco, de Rosenzweig, de Derrida, Maquiavelo, Hiparco de Nicea, Andrés Fernández de Andrada, Juan de Zabaleta, Bernardo de Chartres, Teresa de Jesús, Baudrillard, William James... y del "denken ist danken" de Heidegger. ¿Y saben qué? ¡Al salir me dieron las gracias!
Gracias Gregorio. Yo asistí encantado y aprendí mucho. Lo que no dices en tu post es la capacidad de convocatoria que tienes: el salón de actos es muy grande y estaba lleno hasta la última fila, que lo sepan los lectores de El Café de Ocata. Yo también espero que podamos hablar despacio algún día. Para entonces ya tendré "rumiadas" todas las cosas que nos dijiste, o casi. Todo aprovechable y bueno, desde luego. Gracias por todo. Y perdona otra vez que te haya hecho cargar con ese peso.
ResponderEliminarGracias Gregorio. Yo asistí encantado y aprendí mucho. Lo que no dices en tu post es la capacidad de convocatoria que tienes: el salón de actos es muy grande y estaba lleno hasta arriba, que lo sepan los lectores de El Café de Ocata. Yo también espero que podamos hablar despacio algún día. Para entonces ya tendré "rumiadas" todas las cosas que nos dijiste, o casi. Todo aprovechable y bueno, desde luego. Gracias por todo. Y perdona que te haya hecho cargar con ese peso.
ResponderEliminarEl peso merece la pena. Aquí al lado lo tengo.
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