Hoy se me ha echado un pordiosero encima, literalmente. Él estaba sentado en un banco y yo pasaba tranquilamente a su lado. Ya he visto que me miraba, pero no esperaba su reacción. Se ha levantado con los brazos abiertos y me ha dado un abrazo. Me he separado de él como he podido y mi primera reacción ha sido llevarme la mano al bolsillo de la cartera, a ver si seguía allí. Entonces he oído que decía mi nombre. "No me conoces, ¿verdad?" Me resultaba imposible conocer a nadie con aquellos dientes carcomidos y aquellos ojos rojos. "Igual hace cuarenta años que no nos vemos", ha añadido. Y entonces he caído. Ese hombre fue mi alumno cuando era un niño, efectivamente, hace cuarenta años. "Una vez me enteré de que dabas una conferencia en una casa grande que hay en una plaza así, pequeña, de por donde la catedral. Quise ir, de verdad, pero se me pasó". Como no sabía qué decirle, le he devuelto el abrazo y le he dado la chaqueta llevaba.
Caramba, D. Gregorio, la historia me ha conmovido. Pero también me ha dejado un poso de culpabilidad...
ResponderEliminarPor Tours los santos...! A mis 20 años tuve el mismo impulso y una noche de frío le regalé mi tabardo de pana a un pobre en la calle, entonces, Conde del Asalto. Le tenía un cariño enorme, al tabardo -al pobre, compasión-, pero cuando lo puse en sus manos se lo miró y remiró con escepticismo, creyendo que le daba una "sobra", y no parecía muy dispuesto a aceptarlo...Luego, andando el tiempo, leí mucho sobre el pluriperspectivismo del Quijote..., pero no me decían nada nuevo.
ResponderEliminarEsta es la influencia, efectivamente, del bueno de San Martín en nuestro imaginario. En noviembre pasado le di mi chaqueta de pana a un señor mayor en Tarragona. "Me parece que me está grande -me dijo-. pero abriga". Me parece que este es un buen hábito... aunque sólo se pueda practicar en invierno.
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