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jueves, 5 de marzo de 2015

Cuando el orden categorial pende del botón de una chaqueta

¿Se han preguntado ustedes alguna vez cuántos de nuestros grandes hombres resistirían un análisis psiquiátrico? Me temo que eso que venimos llamando alta cultura ha sido posible gracias a la ausencia de terapeutas en el pasado.

Músicos, pintores, poetas, filósofos... y mejor no hablemos de santos... el mismo tiempo que los encumbró a bibliotecas, cátedras, academias, museos y altares, los puso a resguardo de la voracidad terapéutica. 

La historia de la filosofía comienza con un personaje, Sócrates, que tenía un duende como consejero personal... así que no es de extrañar que dé de sí productos tan exóticos como Slavoj Zizek.

Nietzsche acabó apuntándose a cualquier funeral que pasaba por Turín, convencido que él era el difunto. Heidegger rindió su inteligencia ante la fascinación de las manos de un carnicero, Hitler. Wittgenstein era (como Wagner) un onanista insaciable. Los capítulos del Capital de Marx siguen el ritmo marcado por sus forúnculos. Tertuliano quería ir al cielo para poder disfrutar del espectáculo del infierno. Descartes le daba al porro mientras escribía su Discurso del método. Comte, el padre del positivismo, fundó una nueva religión dedicada a su amante difunta. Russell dejaba a su paso un desierto afectivo...

Y Kant, el austero, riguroso, pietista Kant, no podía soportar a un alumno que se había cosido un botón de la chaqueta.

Ya se había acostumbrado a ver en los primeros lugares de clase a un alumno al que le faltaba un botón de la chaqueta y, siguiendo con su rigor, categorial, lo clasificó como el alumno sin botón de la fila equis. Todo estaba en su sitio en el aula y en la vida de Kant: todo era un cosmos. Pero un día el muchacho apareció con el botón cosido. Quizás lo había visitado su madre y la buena mujer había hecho un repaso de la ropa del hijo. Sea como fuere, se presentó con el botón en su sitio y tamaña alteración del orden categorial de la clase importunó tanto al filósofo que le pidió, por favor, que se arrancara aquel botón caótico y restaurara el orden natural de las cosas.  

Entenderán que, dada la actual proliferación de terapeutas, me resulta imposible ser progresista.

8 comentarios:

  1. Aplíquelo a gente que admiraba usted del mundo de la cultura o la política (ahí lo dudo) y llegó a conocer, a tratar en la distancia corta, pocos superan la prueba del algodón.

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    1. Efectivamente. Con algunas personas que admiramos hay que evitar las distancias cortas.

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  2. Sobre Wittgentsein:
    " In one village school, he hit a girl so hard that she bled behind the ears, and then belaboured a boy about the head until he slumped unconscious to the floor. While Ludwig was dragging the boy's body off to the headmaster, he bumped into the irate father of the girl whose ears had bled, dropped the unconscious boy and did a runner"
    http://www.theguardian.com/books/2008/nov/08/house-wittgenstein-alexander-waugh

    ¿Pero eso de la letra con sangre entra no era cosa de Franco y los carpetovetónico-mesetarios?

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    1. Unos meses después, presa de uno de esos ataques de arrepentimiento purificador que se apoderaban de él de vez en cuando, Wittgenstein volvió al pueblo en el que había hecho de maestro y fue a esas casas a pedir perdón. Por supuesto, no se lo concedieron... y lo dejaron sin catarsis.

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  3. De la última frase se desprende que confía usted en algo así como su capacidad sanadora

    A ver si será al revés, y a base de estropear (más aún) a todo quisqui estamos a las puertas de una época dorada de la humanidad.

    Piense en el rumoreado noviazgo entre Lady Gaga y el Zizek de marras. Son los raros un nuevo sujeto histórico?

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    1. Puede ser... parece claro que hagamos lo que hagamos, nuestras buena intenciones tendrán resultados imprevistos. Hay mucho damnificado de las buenas intenciones.

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    2. El fracaso de las buenas intenciones, el último refugio del optimismo?

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    3. Me has hecho pensar... diría que es exactamente al revés: el último refugio del optimismo se encuentra en la confianza (con-fido) en que las malas intenciones también tienen resultados imprevistos. Voy a guardarme esta idea.

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