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lunes, 31 de julio de 2006

El gusto de vivir

Thomas More (1527) de Hans Holbein el Joven. Frick Collection (Nueva York)

Hacía tiempo que tenía ganas de invitar al Café de Ocata a Tomás Moro (Thomas Moore). Pero hoy, que la calorina me tiene ablandada el alma y, con ella, la fe, la esperanza y hasta la caridad, le cedo gustosamente la voz al santo patrón de los políticos y que sea él quien firme el post.

Felices los que saben reírse de sí mismos,
porque nunca terminarán de divertirse.

Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita,
porque evitarán muchos inconvenientes.

Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas porque
llegarán a ser sabios.

Felices los que saben escuchar y callar,
porque aprenderán cosas nuevas.

Felices los que son suficientemente inteligentes,
como para no tomarse en serio,
porque serán apreciados por quienes los rodean.

Felices los que están atentos a las necesidades de los demás,
sin sentirse indispensables,
porque serán distribuidores de alegría.

Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas
y tranquilidad las cosas grandes,
porque irán lejos en la vida.

Felices los que saben apreciar una sonrisa
y olvidar un desprecio,
porque su camino será pleno de sol.

Felices los que piensan antes de actuar
y rezan antes de pensar,
porque no se turbarán por lo imprevisible.

Felices los que saben callar y ójala sonreír
cuando se les quita la palabra,
se los contradice o cuando les pisan los pies,
porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.

Felices los que son capaces de interpretar
siempre con benevolencia las actitudes de los demás
aún cuando las apariencias sean contrarias.
Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.

(He modificado alguna cosa sin permiso expreso del santo,
pero lo he hecho cn una sana intención política y, por lo tanto,
él sabrá comprenderlo perfectamente).

domingo, 30 de julio de 2006

La "ferula communis"

Hesíodo cuenta que cuando Prometeo robó el fuego de Zeus para entregárselo a los hombres, lo transportó a escondidas en el interior de una planta a la que da el nombre de “narthex”, que se traduce generalmente como “férula” y, en algunos casos como “cañaheja”.

Estas son las palabras de la Teogonía (566-567): “El valeroso hijo de Jápeto engañó a Zeus escondiendo la llama del fuego infatigable que se ve de lejos en el hueco de una cañaheja. Hirió así el corazón de Zeus que truena en las alturas e irritó su corazón cuando vio entre los hombres la llama del fuego que se ve desde lejos”.

Lo más probable es que Hesíodo se refiera a la “ferula communis”, planta parecida al hinojo, pero más alta (puede superar los tres metros) y con un cuerpo más cañoso y más poroso en cuyo interior se encuentra una pulpa blanca y compacta que tiene la doble propiedad de inflamarse fácilmente y consumirse lentamente. Hasta mediados del siglo pasado en diferentes lugares del Mediterráneo venía siendo utilizada como yesca. Todo parece cuadrar: Prometeo, para proteger su huida del Olimpo con el fuego recién robado habría encendido la médula de la férula (cañaheja o nártex) y de esta manera pudo culminar su empresa sacrílega sin levantar sospechas. La pulpa, consumiéndose lentamente no produce llama y, por lo tanto, su combustión no se ve de lejos. Además esta planta crece de manera espléndida en las laderas soleadas de las tierras áridas mediterráneas y muy especialmente en las laderas volcánicas.

Esta ha sido mi interpretación hasta hace relativamente poco tiempo. Pero tras conocer las propiedades de la “ferula communis” se me despertó la sospecha de que el auténtico fuego prometeico estuviera relacionado con sus sustancias químicas. En este caso el castigo mitológico de Prometeo podría tener que ver con las consecuencias de su consumo inadecuado. Sabemos que la ingesta de ciertas partes, especialmente las verdes, puede ser mortal, al producir fuertes hemorragias internas. Pero quienes sabían administrar sus dones escondidos (y de ello dan noticia tanto Plinio como Dioscórides) obtenían de su raíz un incienso de grandes poderes, así como diferentes sustancias medicinales e ingredientes culinarios. La farmacopea árabe ha utilizado abundantemente la resina aromática producida por la férula communis, a la que ha dado el nombre de “fasukh”. Añadamos que en las pinturas de las cerámicas griegas se representa a Prometeo y a los primeros hombres que reciben su fuego llevando "thyrsos", es decir, unas varas nudosas que probablemente están hechos con los troncos de esta planta, tan ligeros como resistentes.

Con frecuencia he sospechado que una planta que blande una figura femenina (muy probablemente una diosa) en una jarra del tesoro tracio de Rogozen pudiera ser también una “ferula” (bien en su variante “communis” o en su variante “assafoetida”).

Recientemente he descubierto que en las Islas Eolias, islas volcánicas donde la férula communis es abundantísima, la imagen de esta planta es utilizada como elemento decorativo en pinturas exteriores y que sus inflorescencias son recogidas para adornar los rincones de las casas (¿fue siempre así o antaño sus semillas eran utilizadas para otros fines?).

Cerraremos este divertimento mito-botánico con una leyenda que transmite Nicandro en su Theriaca. Se cuenta en ella que Júpiter no hubiera podido castigar a Prometeo por el robo del fuego si no hubiera contado con la delación de los hombres. No es que los humanos hubiesen ya olvidado los beneficios que habían obtenido con el hurto filantrópico del titán, lo que ocurrió fue, simplemente, que acabaron aspirando a más. Sospechando que en el cielo se escondían tesoros mucho más grandes que el fuego, acudieron ante Júpiter para canjear alguno por su delación. Júpiter aceptó el trueque y les entregó la recompensa de un “phármaco” contra el envejecimiento. Pero como el don recibido era muy pesado, los hombres lo cargaron sobre un asno. Así podían descender del Olimpo más livianos, dando rienda suelta a su alegría. El borrico caminaba a trompicones, resbalando en las rocas, enredándose con las raíces y ramajes de los árboles, pero los hombres, cegados por el frenesí de su festejo, no solamente se olvidaron de aliviar los sufrimientos del animal, sino que ni se dieron cuenta cuando éste abandonó la sinuosa senda del descenso en busca del consuelo de una fuente cercana. Estaba a punto de saciar su sed cuando una serpiente le salió al paso. Era la propietaria del lugar y no estaba dispuesta a entregar ni una gota de agua si no recibía a cambio algún estipendio. El asno le entregó inmediatamente su carga. De poco le servía a él aquel fármaco si estaba a punto de morir de sed. Gracias a este trueque las serpientes salen de la vejez cada año y se rejuvenecen, mientras los hombres siguen encadenados al inalterable curso del tiempo que, irremediablemente, acaba conduciéndolos a la vejez y a la muerte.

La dehiscencia

En botánica se conoce con el nombre de “dehiscencia” la maduración natural de la estructura de una planta y, especialmente, de su fruto. Con frecuencia el término se utiliza solamente para referirse a la apertura espontánea de una antera para liberar sus granos de polen o de un fruto para liberar sus semillas. De ahí que se pueda hablar de la estructura dehiscente de las plantas. En la historia de la filosofía el místico renano Maister Eckhardt (1260-1327) hizo de este término la clave conceptual de su sistema filosófico. Cuando se dirigía, en su condición de prior de Alemania y Bohemia, a los monjes del valle del Rhin los animaba a ver la naturaleza como un todo “dehiscente”, y a no dejarse impregnar por la melancolía de las hojas de otoño. Como muchas de las proposiciones del Maister Eckhardt fueron declaradas heréticas por la Inquisición permanecieron latentes, esperando su propia dehiscencia, hasta que en el siglo XIX el filósofo romántico Franz von Baader las sacó a la luz. Inmediatamente acudió a contarle su redescubrimiento a Hegel, que apenas conocía de Eckhardt algo más que su nombre. El autor de la Fenomenología del Espíritu exclamó tras leer sus textos: “Esto es exactamente lo que yo digo, aquí está el conjunto de mis ideas y mis propósitos”. Y evidentemente tanta dehiscencia hay en la explosión de un hibiscus en verano como en la pobredumbre de un cadáver.

sábado, 29 de julio de 2006

La vida es un ideal

Tengo que ordenar los papeles, las notas, las ideas cazadas a vuela pluma en cualquier trozo de papel, tengo que ordenarlo todo y no sé por donde empezar. He vaciado la mochila sobre mi mesa y estoy rodeado del desorden de mis propias ideas. Esto soy yo. Al menos esto soy yo estos días. Cojo lo que más sobresale. Es un artículo de Antonio Tabucchi en Le Monde del 20 de julio. Subrayada varias veces y rodeada por varios círculos de tinta está esta frase: “La vida es un ideal”. Os confieso que no quise leer más. No tengo ni idea de a qué se referiría exactamente Tabucchi. Pero qué más da. En un margen escribí, os aseguro que sin el menor resquemor o melancolía: “Y en el caso de la vida humana, un ideal contra natura”. No me he podido quitar de la cabeza estos días la murga de este moscardón: vivir humanamente sólo es posible en la medida en que se mantiene la fe en un ideal contra natura. Debajo están escritos los nombres de las dos discípulas de Platón: Lastenia de Mantinea y Diosotea de Fliunte. ¿A cuénto de qué los escribí aquí? No consigo recordar si hubo algún motivo. Así que termino por hacer una bola con la hoja de Le Monde y la tiro a la papelera, donde se reúne con otros detritus del verano.

Me vais a perdonar la poca calidad de la foto. Pero a veces uno va de furtivo y no caza lo que quiere, si no lo que puede. A pesar de todo creo que la pieza dignificó el lance.

jueves, 27 de julio de 2006

A mis pies.

Me habéis traído a casa sano y salvo y no puedo, queridos pies míos, relegar por más tiempo mi alabanza. Porque si el organismo es una unidad, es de justicia reconocer que vosotros sois su fundamento. ¡Sois, ni más ni menos, que el fundamento de la unidad! ¡Menudo problemón metafísico!

Y sin embargo, a pesar de que vuestra dignidad bien requeriría la atención ontológica de un Anselmo de Aosta, durante la mayor parte del año vivís con humildad franciscana vuestra presencia necesaria, soportando la contingencia de cuanto os pesa. ¡Apenas os dejaríais notar si no fuera por algún pisotón de tarde en tarde o porque la moda nos empuja a cambiar de calzado con el paso de las estaciones!
Reconozco, avergonado, que apenas os presto atención en el día a día, mientras que a otras parte de mi organismo, muchísimo más prescindibles, pero más engreídas, les dedico mis buenos ratos de carantoñas y arrumacos. No salgo de casa sin repasarme el pelo, los dientes, la cara, las manos, etc… mientras que con vosotros me parece cumplir con con cuatro gestos de rutina.

Ahora bien, en las horas ásperas de la vida, cuando todo se pone cuesta arriba, se muestra con toda evidencia que el alma -sobre todo el alma de las vacaciones de verano, tan sobreexpuesta a todo tipo de fatigas- se refugia en vosotros y si no respondéis vosotros, no responde nada. La unidad depende de su fundamento como si de un castillo de naipes se tratara.

Así que os pido perdón, con gran dolor de los pecados y mayor propósito de enmienda y prometo, que de aquí en adelante, dejaré de elegir al buen tuntún los calcetines del día y hasta meditaré la conveniencia de habituarme a la pedicura.

Cuando me haya de atar los cordones de los zapatos transformaré el formulario gesto de la forzosidad biológica en un acto de reverencia y pleitesía.

Hermanos pies, ¡qué bien que estéis ahí!

Así que os juro pública y solementemente lealtad.

Volver

Acabo de llegar a casa y, por supuesto, abro, lo primero, las puertas del Café de Ocata. Mientras contemplo el polvo acumulado sobre el mostrador me digo a mi mismo que como en casa, en ningún sitio, pero inmediatamente me desdigo. ¡No es cierto! Más bien esta noche estaría tentado de escribir que como fuera de casa en ningún sitio. Pero me morderé la lengua y me guardaré este pensamiento para mi mismo. Despernado por la fatiga del mucho andar, me quedo un rato en silencio en la ventana abierta de par en par para que entre toda la brisa marina que quepa y con ella, quizás, algún aroma lejano. Me temo que era inevitabe este tributo a la cursileria. Mañana será otro día.

sábado, 15 de julio de 2006

Del sultán que quería enseñar a hablar a su camello

Edirne y su impresionante mezquita

Harry Moreno me contó un cuento muy similar a este hace algún tiempo, pero de tanto re-contarlo se me ha ido recomponiendo a su antojo y ha acabado teniendo esta forma.

Había una vez en la preciosa ciudad de Edirne, un sultán que no tenía otro amigo que su noble camello. Como los hombres eran para él o súbditos o esclavos, nunca se había cruzado con la mirada de ninguno. Más de una vez pensó que si fueran todos ciegos él no lo sabría. Como únicamente su camello se atrevía a mirarlo cara a cara y a sostenerle la mirada, sólo a él lo tenía por confidente. En sus orejas descargaba su corazón del peso de los graves secretos del poder. Una noche llegó a soñar que hablaba con él y, al despertar, decidió entregar la provincia más rica del imperio a quien enseñara a hablar a su camello. A las pocas horas ya se había formado una larga fila de impostores en la puerta de palacio. El sultán les hizo saber que estaba dispuesto a decapitar a los timadores. Se fueron todos y volvió a quedarse solo ante su camello. “¡Ay! –le dijo- ¡Si pudieras decirme lo que piensas!”.

Los deseos del sultán llegaron a oídos de Alí, un joven ladronzuelo que pagaba sus delitos en las lúgubres mazmorras del palacio. No dudó en solicitar audiencia. Cuando el sultán vio que se le acercaba un sucio y demacrado truhán, pensó que se trataba de otro impostor.

- ¿Es que no te importa perder la cabeza? –le preguntó.

- ¡Oh, Señor Omnipotente! –exclamó Alí mientras se postraba ante el sultán- ¿Por qué razón iba a empeñar mi cabeza, si es lo único que me queda?

El sultán miró de reojo a su camello y le pareció entrever un ruego en su mirada, así que le pidió al muchacho que expusiera los méritos que lo animaban a aspirar a esa empresa.

- Toda mi familia, desde los tiempos de los abuelos de los abuelos de mis abuelos, nos hemos dedicado a domar camellos. Y creo poder asegurar, con solo ver el vuestro, que soy capaz de enseñarle a hablar.

Alí examinó meticulosamente al animal, representando con verosimilitud un perfecto dominio de un oficio imposible. Prestó una gran atención a su enorme lengua y tanteó cada milímetro de su cuello. Después, mesándose los cuatro pelillos de su barba, sentenció:

- Puedo aseguraros que en un plazo de cinco años hablará perfectamente.
- ¿Cinco años? – al sultán este plazo tan dilatado le pareció una irrespetuosa afrenta.
- ¡Cinco años, ni más ni menos! ¿Acaso un humano aprende a hablar antes de los tres años? ¿Por qué un animal no tendría que tardar más?

Restos del antiguo castillo de Edirne. En su interior mataron a Roger Blume,
un charnego hijo de un halconero alemán, también conocido como Roger de Flor.

El sultán ordenó a sus sirvientes que vistieran a Alí con las mejores ropas y le entregó la más rica de sus provincias, citándolo en palacio para dentro de cinco años. El muchacho reprimiendo su exultante emoción, pidió permiso para visitar a sus padres antes de dedicarse en cuerpo y alma a la tarea docente que tenía encomendada. En su casa sus progenitores lo recibieron desconcertados por su temeridad, reprochándole su imprudencia:

- Sabes muy bien que ni en cinco ni en diez ni en cincuenta años conseguirás enseñarle ni una palabra a un camello –le dijo su padre.
- ¡Lástima de tu cabeza! –se lamentaba su hermana.
- ¡Insensato! –le reprochaba su madre, cubriéndolo de besos y lágrimas.
- Sé que vuestros reproches están motivados por el cariño y la pena, pero ésta última no está justificada –les dijo Alí-. En cinco años pueden pasar muchas cosas. Puede morir el sultán, o el camello, o yo mismo. Cinco años son una eternidad cuando tienes por delante o una vida de rey o una vida de esclavo. ¡Cómo voy a renunciar a esos 1825 días de plenitud si son muchos más que los días de fiesta que le corresponden vivir a un pobre!

El antiguo río Hebros sigue pasando por Edirne. Aunque sus aguas ya no arrasren cantarinas
cabezas de poetas, en sus riberas -¡lo juro!- se siguen bañando nifas "de hermosísimos muslos"

Digresión tras una cena en casa de Danielle

Está bien tener filósofos escépticos, irónicos, cabreados e incluso está bien tener filósofos nihilistas; todo esto lo puede soportar un país con más o menos arrogancia (es el caso de Francia), pesadumbre (¡ay, Alemania!) o indiferencia (Italia) pero lo que es fatal para cualquier comunidad política es no tener políticos creyentes. Sin políticos creyentes o, al menos, sin políticos que representen de manera verosímil sus creencias, un país se descose. No podemos renunciar a la fe del político sin renunciar a la fe en nosotros mismos. Un político nihilista es un oxímoron” (casi como un “filósofo creyente”). El político puede tener cualquier vicio, menos el de la increencia; el filósofo puede tener cualquier vicio, menos el de la fe. Claro está que estoy hablando de filósofos, no de intelectuales. De hecho el intelectual vive de parasitar las dudas del filósofo y metabolizarlas en fórmulas. El filósofo tiene como trabajo el pensar la problematicidad de los límites de todo lo que hay, hasta del mismísimo “Todo”, tan grande Él, y tan imponente. El filósofo no respeta nada. Lo mismo flirtea con la naturaleza que mete en el tubo de ensayo un axioma, y hasta la lógica completa la pasa por el pasapuré, si se le antoja. El político, por el contrario, tiene como oficio hacer creíbles los límites de la ley (es decir: fomentar el olvido de la naturaleza), porque las leyes, para merecer su noble nombre, además de ser obedecidas han de ser respetadas. Y una ley respetada es la que expresa en su formulación un deseo colectivo de obediencia. Está claro que para llevar adelante su cometido el político no puede estar venteando cada día las dudas de su alma –si es que las tiene, que lo más terapéutico es pensar que no- ni andar sometiendo sus convicciones a la revisión permanente. Las convicciones han de ser más duraderas que las modas. Y ahora no quiero acordarme de que aproximadamente la mitad de nuestros políticos llevan cuarenta años haciendo revisionismo (porque entonces tendría que admitir que la otra mitad, también). Así que, para concluir, me reafirmo: Necesitamos filósofos escépticos e incluso nihilistas (¿por qué ser menos que los franceses?), pero políticos creyentes (deberíamos aspirar a ser algo más que los franceses). Y esto es todo lo que tenía que decir.

viernes, 14 de julio de 2006

Israel

Peter Sloterdijk: “La fundación de un Estado no es nunca inocente. Nuestros crímenes fundadores remiten a una época de la cual sólo guardan memoria nuestros historiadores. Cuando un crimen fundador es cometido ante los ojos de un mundo crítico, nos sublevamos. La violencia fundadora la soportamos en el mito, no en los periódicos. Pero quien quiere fundar quiere también el crimen necesario".

Lysander Spooner

Vicio: Acto mediante el cual una persona se perjudica a sí misma.
Crimen: Acto mediante al cual una persona perjudica a otra.
Así veía el vicio y el crimen un filósofo singular, Lysander Spooner (1808-1887), en su libro “Los vicios no son crímenes. Una reivindicación de la libertad moral.” Ahora debería decir eso tan pedante de que Lysander Spooner apenas es conocido entre nosotros, a pesar de su relevancia, etc, etc. Pero no lo voy a decir, primero porque es sobre todo en la pedantería donde se debe tener elegancia y, segundo, porque Lysander Spooner es poco conocido en todas partes. No sé si en su pueblo (Athol, Massachussets) sabrán de él mucho más de lo que se sabe, por ejemplo, en Zamora o en Reus.

Lysander Spooner fue un representante digno del romanticismo ilustrado. Le debe al romanticismo la exaltación del yo (una exaltación que a veces recuerda, por sus tonos autistas a “El Único y su propiedad”, de Stirner) y a la Ilustración la vocación misionera (la vocación de expandir la semilla de la verdad –que os hará libres- entre la humanidad irredenta). Combatió a favor de los esclavos, razonando la legitimidad de ayudar a un esclavo fugitivo (The Unconstitutionality of Slavery, 1846) y a favor de las mujeres, defendiendo que “toda mujer posee un derecho intrínseco e inalienable en tanto que ser humano, de trabajar como desee y de administrar a su antojo sus ganancias”.

El yo que se había pasado siglos y siglos hundiendo la testuz ante la autoridad ajena, un día se autoinstituyó como humano y se descubrió preñado de derechos inalienables que, lejos de constituir un añadido ornamental de su humanidad, la expresaban en su esencia. Ya se sabe que esta exaltación del yo condujo a unos hacia la conciencia de clase; a otros a las experiencias límites y a la mayoría a las vacaciones pagadas.

Del axioma de la autoafirmación del yo Lysander Spooner derivó el teorema de la afirmación de sus vicios. "Cada ser humano –decía- tiene sus vicios. No hay hombre al que le falten. Hay de todo tipo: fisiológicos, mentales, afectivos, religiosos, sociales, comerciales, industriales, económicos, etc, etc. Si un gobernante se atreve a decir que uno de estos vicios entra dentro de su competencia y que lo considera un crimen punible, entonces, para ser coherente, debe perseguir todos los vicios de manera imparcial. Pero se descubriría entonces que toda la humanidad estaría en prisión a causa de sus vicios". Y añadía: "Cada uno debe aprender a administrar sus propios vicios y para ello debe gozar de una libertad total para conocer cuantas experiencias considere necesarias. Algunas de estas experiencias tendrán éxito y por ello serán consideradas virtudes; otras fracasarán y por ello serán consideradas vicios."

La posesión consciente y gozosa de los propios vicios es, para Spooner, la manera natural de resistir al esclavismo, que es la tentación de todo poder. Por eso defiende con energía que "ningún hombre puede delegar ningún derecho de dominio arbitrario sobre si mismo; porque eso supondría esclavizarse. Llamar a un contrato así constitución o por otro nombre sonoro no altera su vaciedad y dislate".

Y como broche final una reflexión memorable: "El gobierno como un asaltador de caminos dice al hombre: tu dinero o tu vida y la mayoría, si no todos los impuestos, son pagados bajo la amenaza de esa coacción. Pero el asaltador de caminos toma sobre sí la responsabilidad, peligro y delito de su propio acto. No pretende tener ningún derecho sobre tu dinero ni tiene la impudicia de presentarse como un protector. El asaltador de caminos una vez que te ha quitado tu dinero te deja en paz y no te anda siguiendo intentando convencerte de que tu soberano y que tiene el deber de protegerte".

Este post está dedicado a mi tío-bisabuelo Bernardino, noble asaltante de los caminos de la Ribera de Navarra. Quizás ha llegado la hora de que sus muchos sobrinos-biznietos reconstruyamos la ermita de San Ginés, que era donde se refugiaba, y hacerle un homenaje. En esto mi tío Santiago, que llegó a conocerlo, me daría -¡seguro!- la razón, porque como él solía decir, "¡Si en el quinto no hay perdón y en el sexto no hay rebaja, ya pueden llenar el cielo de paja!".

jueves, 13 de julio de 2006

Oknos el soguero (y fin)

Aunque ya ha aparecido varias veces por este blog la imagen de Oknos el Soguero, es hora de dedicarle la atención que reclama. Y de este reclamo tienen la culpa, primero, “los sueños de Hermes” y, después, las “Mujeres de Roma” . Que sirva como muestra de reconocimiento.

Oknos, Museo Pío Clementino

Dice Plutarco en Sobre la serenidad del alma que sólo de cada uno depende la custodia tanto de su serenidad como de su abatimiento, puesto que está a nuestro alcance o el implicarnos en la gestión de los seguros bienes presentes o perdernos en las quimeras de las hipotéticas fortunas del futuro. Hay quien por sacrificar todo su presente a los dioses de la esperanza ciega se condena a vivir en el pasado. El presente –añade el autor de las Vidas paralelas-, aunque es verdad que a penas se deja tocar por un brevísimo lapso de tiempo y después huye de nosotros, sólo a los estúpidos les parece que no nos pertenezca y no sea nuestro. Para representar gráficamente lo que quiere decir se refiere a una imagen que debió de ser bien conocida en la antigüedad. Se trata de una pintura en la que se representa al taciturno soguero Ocnos que trenza una soga afanosamente sin percatarse de que su asna está comiéndose su trabajo. Así –continúa Plutarco- muchos son incapaces de entrelazar el presente con el pasado formando una unidad bien tramada.

Singular fresco micénico. ¿Tendrá algo que ver con la simbología de Oknos?

Oknos. Villa Panfilia

Pausanias describió una compleja pintura de Polígnoto en Delfos que representaba el descenso de Ulises al Hades. Para resaltar los terrores de ultratumba el pintor dibujó en las orillas de la laguna Estigia a Ticio, Sísifo, Tántalo y Oknos, que –sigo a Pausanias- “está sentado (...) trenzando una soga; junto a él, una burra engulle lo que Oknos acaba de trenzar. Este tal Oknos debió de ser un hombre laborioso, pero debió de poseer una esposa derrochadora; lo que el hombre ganaba con su trabajo era pronto despilfarrado por ella. Por esta razón piensan algunos que Polignoto aludía a la mujer de Oknos; pero yo sé que también entre los jonios existe un proverbio que se aplica a personas atormentadas con una ocupación estéril: ‘Éste trenza la soga de Oknos’”.

Oknos. Porta Latina

Diodoro: “Muchas cosas que pertenecen a nuestra mitología se conservan hasta nuestros días en las costumbres egipcias, y no sólo los nombres, son verdaderas prácticas. Así en la ciudad de Acantho, al otro lado del Nilo en dirección a Libia, a 120 estadios de Menfis, existía un tonel perforado al que diaramente 360 sacerdotes transportaban agua del Nilo. No lejos de allí podía verse realizada la fábula de Oknos en un grupo en el que un hombre trenzaba una larga cuerda, mientras que otros destrenzaban sus extremos sin interrupción”.

“Cosa tan natural era para Ocnos trenzar sus juncos como para el asno comérselos. Podía dejar de trenzarlos, pero entonces, ¿a qué se dedicaría? Prefiere por eso trenzar los juncos, para ocuparse en algo; y por eso se come el asno los juncos tenzados, aunque si no lo estuviesen habría de comérselos igualmente. Es posible que así sepan mejor, o sean más sustanciosos. Y pudiera decirse, hasta cierto punto, que de este modo Ocnos halla en su asno una manera de pasar el tiempo. (Goethe, Polygnots Gemälde in der Lesche zu Delphi: con esta cita abre Cernuda su entrañable y melancólico “Ocnos”).

Ortega: “Lo que Oknos laborioso trenza, el asna lo va anulando. Representa este animal el poder destructor necesario al ritmo de la Gran Madre. Una creación lograda y perfecta detendría el proceso: es menester que colabore la potencia enemiga, la energía destructora. El trozo de soga que hay entre las manos del soguero y el belfo de la bestia es breve jornada de la existencia que se abre entre el poder de hacer y el de deshacer, ambos eviternos.”

Andrés Ortiz-Osés: “Oknos el soguero y su burra engullidora representan el fundamental mitologema de la vida y de la muerte, de la muerte y la revivencia simbólica: en este sentido nos introducimos en la visión histórica de la existencia propia de los Misterios greco-egipcios.”

Oknos, en un grabado renacentista.

La palabra griega "tékhne", de la cual ha derivado nuestra "técnica" parece tener su origen en la raíz indoeuropea "-tekp", que significa entrelazar (es decir: trenzar). No parece, pues, que Gottfried Semper andase muy descaminado en su Der Stil (1863) al escribir lo siguiente: “El material básico que estableció la norma para la delimitación vertical del espacio no fue la pared de piedra, sino un material que, aunque menos durable, influyó por mucho tiempo en la evolución de la arquitectura tan poderosamente como la piedra, los metales o la madera. Me refiero a la valla, la estera y la alfombra […] Tejer la valla llevó a tejer paredes movibles de carrizo, caña, o mimbre y después a tejer alfombras de fibra vegetal o animal más delgadas. […] Usar esteras de mimbre para delimitar la propiedad, para alfombras y para protección contra el calor y el frío, es anterior a la albañilería. La estera fue el origen de la pared”.


miércoles, 12 de julio de 2006

Cuentos de los hasidim

Los Hasidim, es decir “los piadosos” son un grupo judío de carácter místico que pretende reproducir el Antiguo Testamento con la mayor fidelidad posible. Son, de hecho, una cultura dentro de la cultura judía y sobresalen por su rigorismo, puritanismo y meticulosidad en la observancia de la ley. Políticamente son decididamente antisionistas ya que defienden la esencia exílica de los judíos. Su regeneración será obra del Mesías, no de los políticos. Así que se niegan a pagar impuestos al Estado de Israel, lo cual no quiere decir, sin embargo, que hagan ascos a las subvenciones. Su literatura es riquísima y, como muestran los siguientes ejemplos, no carece de humor:

I. El rabí Izar de Wolbotrz refuta el solipsismo

Cuenta la leyenda que un muerto que en vida había sido un ciudadano muy influyente, fue a ver a rabí Issahar de Wolbortz, suplicándole que lo socorriera, ya que tenía necesidad de dinero para su segundo matrimonio.

- ¿Acaso no sabes –le preguntó el rabí- que no vives ya en nuestro mundo sino que te encuentras en un mundo ilusorio?

Y como el visitante se negaba a creerle, separándole los faldones de la chaqueta, el rabí le mostró que debajo llevaba la vestidura de los muertos.

El hijo del rabí, al conocer esta historia, dijo a su padre:

- Entonces ¿quién sabe si yo mismo no me hallo en un mundo ilusorio?

- Cuando se sabe que existe un mundo de ilusión –respondió el rabí- es que no se está en él.

II. El rabí Jacob José Kohen descubre, prekantianamente,
la diferencia entre la conducta contraria al deber, de acuerdo con el deber y por deber.

Tres funcionarios fueron designados para custodiar los tesoros del rey. El trato diario con las riquezas les corrompió el alma y decidieron robar cuanto pudieran, repartírselo y huir. A poco tiempo uno de ellos lo pensó mejor y regresó. El segundo regresó persuadido por un amigo. El tercero presenció la ejecución de un desfalcador y regresó por miedo. El primero recuperó la confianza del rey, el segundo recibió un cargo de menor responsabilidad y el tercero fue nombrado verdugo de los desfalcadores.

- Hay tres clases de personas en este mundo, que obran como estos tres funcionarios en cuanto al cumplimiento de los mandatos de Dios –explicó el rabí Jacob José Kohen.

III. El socrático rabí Israel ben Eliezer

Un hombre piadoso se quejó al rabí Israel ben Eliezer, diciendo:

Me he esforzado largo tiempo al servicio del Señor, pero no he mejorado en nada. Sigo siendo una persona vulgar e ignorante.

El rabí respondió:

- Has logrado la comprensión de que eres vulgar e ignorante, lo que es en sí algo apreciable.

IV. La amistad, sin duda, es un buen negocio

Un ladrón muy anciano era ya incapaz de dedicarse a su oficio y se moría de hambre. Un hombre rico, al enterarse de su miseria, le envió comida. Tanto el rico como el ladrón murieron en el mismo día. El juicio del magnate se celebró primero ante el Tribunal Celestial. Fue hallado en falta y sentenciado al Purgatorio. Pero un ángel llegó corriendo a llamarlo cuando estaba a la puerta. Lo condujo de vuelta al tribunal y se enteró de que se había anulado su sentencia. El ladrón a quien ayudara en la tierra había robado la lista de sus faltas.

Syd Barret II

Ayer le dediqué el post al mito. Hoy ando todo el día pensando en la persona. Así que permitidme que baje de su pedestal al mito para poder mirar cara a cara a la persona.

Pero antes he de hacer una confesión: Yo creía en lo que se dio en llamar la "música progresiva". De hecho creía en esta causa mucho más que en la del proletariado. Es lo que me diferenciaba tanto de mis camaradas como de mis amigos de Azagra -auténticos jóvenes proletarios-, que mantenían incorruptible su fe cienga en Manolo Escobar. Por eso nuestra decepción obedeció a motivos distintos. Mis camaradas fueron cambiando según la Historia iba dando mamporrazos a la Marta Haneker; a mí la historia se me cayó del burro con el triunfo de la música disco. Con "Fiebre del sábado noche" descubrí la quimera del progresismo. Pensándolo bien: Los únicos que han podido mantener su fe intacta han sido los devotos del Escobar. ¡Manda huevos! ¡Qué lucidez la de aquellos jóvenes proletarios!

Vista con perspectiva creo que puede decirse -y espero no molestar a nadie- que la psicodelia británica era mucho más "ye-yé" que la estadounidense. ¡Dónde va a parar! ¿Pero quien tenía en los setenta acceso a la música de la costa oeste? ¡Si cuando se estrenó "Qué noche la de aquel día" todos los jóvenes nos convertimos en motivo de mofa para la gente bien pensante, que se escandalizaban por las melenas -¡melenas!- de los chicos de Liverpool y nos hacían a todos cómplices de la degradación de occidente.

Pero hecha esta generalización hay que hacer una excepción con Syd Barret, porque él estaba más allá de la psicodelia. Él estaba en la psicostasia. El éra Caronte.

Por eso en cuanto echaron a Syd Barret -y posiblemente no podían hacer otra cosa más que echarlo- Pink Floyd inició su despegue hacia el número uno de las salas de espera.

¿Os habéis dado cuenta lo bien que se adapta hoy la música de Pink Floyd al ambiente de las salas de espera de los dentistas?

Ese ha sido su destino. Nunca podremos decir lo mismo de la música de Syd Barret, que en paz descanse.

Así que Syd, choca esos cinco, mandemos la melancolía al carajo y, de verdad, ¡encantado de haberte conocido!

martes, 11 de julio de 2006

Shine on you crazy diamond

Cuando este blogg comenzó quise dedicarle un post a Syd Barret. Uno tiene sus mitos y no está dispuesto a iniciar aventuras sin llevarlos consigo. Así que lo puse en el frontispicio, como a uno de mis patrones.

Hay por ahí –decía yo- un documental, titulado "The Pynk Floyd & Syd Barret Story" (Sony) que reconstruye su tragedia de ángel caído en la esquizofrenia y el ácido. Desde 1978 vive encerrado en el sótano de su casa, sin mantener casi ningún contacto con el mundo exterior. Cuando sale es para comprar chucherías en Harrod's. Dicen que sólo se alimenta de dulces. Quienes lo han visto cuentan que apenas se reconoce en su figura ajada, lastrada con el peso de un vientre prominente, al genio del pasado.

Hoy sabemos que en sus últimos conciertos con Pynk Floyd, Syd Barret ya no habitaba en este mundo, y que sus locuras no eran genialidades, como creíamos sus rendidos fans, sino manifestaciones de su demencia. Se cuenta que alguna vez apareció en el escenario con una guitarra sin cuerdas.

En sus últimos años había reducido el contacto con los seres humanos hasta el total aislamiento. La humanidad había dejado de tener sentido para él. Algunos lo describían viviendo "in a house with the lower ground windows bricked up", y donde "often sits watching the back door for long periods of time".

Pues bien hoy me enterado que se ha muerto. Tenía sesenta años. Por lo que parece –recojo las palabras de un portavos- “murió en paz hace unos días”. David Bowie se ha referido a él como “un verdadero diamante”, en referencia a la canción que le dedicó Waters: “Shine on you crazy diamond”.

Vehemencia

 I Tras tres días sin poder separarme de Benjamin Labatut y su Maniac , pero ya he cerrado la última página. Y como suele ocurrir cuando has...