Hesíodo cuenta que cuando Prometeo robó el fuego de Zeus para entregárselo a los hombres, lo transportó a escondidas en el interior de una planta a la que da el nombre de “narthex”, que se traduce generalmente como “férula” y, en algunos casos como “cañaheja”.
Estas son las palabras de la Teogonía (566-567): “El valeroso hijo de Jápeto engañó a Zeus escondiendo la llama del fuego infatigable que se ve de lejos en el hueco de una cañaheja. Hirió así el corazón de Zeus que truena en las alturas e irritó su corazón cuando vio entre los hombres la llama del fuego que se ve desde lejos”.

Lo más probable es que Hesíodo se refiera a la “ferula communis”, planta parecida al hinojo, pero más alta (puede superar los tres metros) y con un cuerpo más cañoso y más poroso en cuyo interior se encuentra una pulpa blanca y compacta que tiene la doble propiedad de inflamarse fácilmente y consumirse lentamente. Hasta mediados del siglo pasado en diferentes lugares del Mediterráneo venía siendo utilizada como yesca. Todo parece cuadrar: Prometeo, para proteger su huida del Olimpo con el fuego recién robado habría encendido la médula de la férula (cañaheja o nártex) y de esta manera pudo culminar su empresa sacrílega sin levantar sospechas. La pulpa, consumiéndose lentamente no produce llama y, por lo tanto, su combustión no se ve de lejos. Además esta planta crece de manera espléndida en las laderas soleadas de las tierras áridas mediterráneas y muy especialmente en las laderas volcánicas.
Esta ha sido mi interpretación hasta hace relativamente poco tiempo. Pero tras conocer las propiedades de la “ferula communis” se me despertó la sospecha de que el auténtico fuego prometeico estuviera relacionado con sus sustancias químicas. En este caso el castigo mitológico de Prometeo podría tener que ver con las consecuencias de su consumo inadecuado. Sabemos que la ingesta de ciertas partes, especialmente las verdes, puede ser mortal, al producir fuertes hemorragias internas. Pero quienes sabían administrar sus dones escondidos (y de ello dan noticia tanto Plinio como Dioscórides) obtenían de su raíz un incienso de grandes poderes, así como diferentes sustancias medicinales e ingredientes culinarios. La farmacopea árabe ha utilizado abundantemente la resina aromática producida por la férula communis, a la que ha dado el nombre de “fasukh”. Añadamos que en las pinturas de las cerámicas griegas se representa a Prometeo y a los primeros hombres que reciben su fuego llevando "thyrsos", es decir, unas varas nudosas que probablemente están hechos con los troncos de esta planta, tan ligeros como resistentes.

Con frecuencia he sospechado que una planta que blande una figura femenina (muy probablemente una diosa) en una jarra del tesoro tracio de Rogozen pudiera ser también una “ferula” (bien en su variante “communis” o en su variante “assafoetida”).

Recientemente he descubierto que en las Islas Eolias, islas volcánicas donde la férula communis es abundantísima, la imagen de esta planta es utilizada como elemento decorativo en pinturas exteriores y que sus inflorescencias son recogidas para adornar los rincones de las casas (¿fue siempre así o antaño sus semillas eran utilizadas para otros fines?).


Cerraremos este divertimento mito-botánico con una leyenda que transmite Nicandro en su Theriaca. Se cuenta en ella que Júpiter no hubiera podido castigar a Prometeo por el robo del fuego si no hubiera contado con la delación de los hombres. No es que los humanos hubiesen ya olvidado los beneficios que habían obtenido con el hurto filantrópico del titán, lo que ocurrió fue, simplemente, que acabaron aspirando a más. Sospechando que en el cielo se escondían tesoros mucho más grandes que el fuego, acudieron ante Júpiter para canjear alguno por su delación. Júpiter aceptó el trueque y les entregó la recompensa de un “phármaco” contra el envejecimiento. Pero como el don recibido era muy pesado, los hombres lo cargaron sobre un asno. Así podían descender del Olimpo más livianos, dando rienda suelta a su alegría. El borrico caminaba a trompicones, resbalando en las rocas, enredándose con las raíces y ramajes de los árboles, pero los hombres, cegados por el frenesí de su festejo, no solamente se olvidaron de aliviar los sufrimientos del animal, sino que ni se dieron cuenta cuando éste abandonó la sinuosa senda del descenso en busca del consuelo de una fuente cercana. Estaba a punto de saciar su sed cuando una serpiente le salió al paso. Era la propietaria del lugar y no estaba dispuesta a entregar ni una gota de agua si no recibía a cambio algún estipendio. El asno le entregó inmediatamente su carga. De poco le servía a él aquel fármaco si estaba a punto de morir de sed. Gracias a este trueque las serpientes salen de la vejez cada año y se rejuvenecen, mientras los hombres siguen encadenados al inalterable curso del tiempo que, irremediablemente, acaba conduciéndolos a la vejez y a la muerte.