I
Perdonen el abandono, pero es que he estado por Pamplona, disfrutando -sobre todo- de una primavera feraz en los muchos parques de la ciudad. Hay en estos parques un momento mágico, al atardecer. Como la ciudad Pamplona está elevada sobre un cerro, el sol poniente lanza sus rayos de luz horizontalmente sobre la ciudad y durante unos minutos despiertan en los troncos de los árboles matices sorprendentes. La luz tamizada de las hojas, las manchas de luz sobre la hierba, las cambiantes tonalidades de los troncos, los niños jugando, las parejas tumbadas sobre la hierba... los tonos pastel inundando todo... No sé si los pamploneses son conscientes de la naturaleza de la ciudad en la que moran.
II
He hablado, he comido, he cenado y, en resumen, he engordado... más de lo previsto.
III
En el tren, ya de vuelta para casa, me llega un mail de una importante institución navarra en el que se me pide que conteste a unas cuestiones. Estas son las preguntas y las respuestas:
1. Escuchas ‘salud mental’. ¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza? Una palabra, una imagen… ¿Qué sensación te produce?
Lo primero que me viene a la cabeza es la imagen de una sociedad terapéutica decidida a mantener su vigencia mediante la sustitución del hombre político por el hombre terapéutico. Cuanto más defendemos la autonomía personal, más crece el número de terapeutas.
Carezco de información para responder a esta pregunta con un mínimo de rigor, pero sospecho que Freud no estaba falto de razón cuando afirmaba que hay tres cosas imposibles: gobernar, curar y educar.
Ha pasado que nos interesa más nuestro ombligo que el horizonte; que no paramos de abrir ventanas hacia adentro mientras tapiamos las que se abrían hacia afuera; ha pasado, en definitiva, que vivimos en la edad de un narcisismo que cree poder conseguir respetabilidad mostrando no su belleza, sino sus heridas.
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