I
La fila para comulgar siempre la cierra un cojo. Suele ser una persona muy mayor, con el cuerpo ladeado hacia la tumba, renqueante y con la mano temblorosa. A veces le cuesta llegar hasta el sacerdote y este lo espera pacientemente.
II
Arrastra un poco los pies que se quedan ligeramente rezagados, hacia la popa.
III
Un día el cojo no aparece. Su ausencia se deja notar. Hasta que pasados uno o dos meses, otro cojo ocupa su puesto. Y vuelta a empezar.
IV
En realidad el cojo es el futuro de todos los que vamos a misa (los domingos por la tarde, en mi caso). Aparentemente vamos delante de él, pero el cojo sabe la verdad: él es el primero de la lista de espera.
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