I
Llevando el coche a la ITV me llama Jesús García Calero para que escriba una cosa para el suplemento cultural del ABC. Le pregunto cuántos caracteres y la fecha de entrega. Acepto. Un honor.
II
Haciendo cola en la oficina de la ITV me llama Ricardo Piñero, una de las personas más generosas, inteligentes, sensibles y asequibles que conozco. Me invita a una charla en Tudela. La perspectiva de comer juntos una menestra es el argumento definitivo para decirle que sí.
III
La realidad, le digo a Ricardo, no es, la pobre, más que el residuo de una idea.
IV
Comiendo, me cuenta mi nieto sus aventuras y desventuras en el instituto y me reafirmo en mi idea de que un adolescente es un ser con mucha más energía que sentido común para controlarla. Esa energía desbordante fue un día la mía. Por eso lo comprendo, pero sé que mi papel, como abuelo, no es solo comprenderlo. Es también intentar corregir en él lo que aquellos que ya no eran adolescentes intentaron corregir en mi.
V
Estoy leyendo el tomo tercero de las obras completas de Campoamor, el dedicado a sus ensayos y polémicas. ¡Qué interesante es este hombre! Leo, subrayo, me detengo a entender sus relaciones con unos y con otros... Era un formidable polemista, dialécticamente un tanto tramposillo, pero tiene una mala uva cargada de ironía que me tiene enganchado. He mordido el anzuelo.
VI
Leyendo a escritores españoles del XIX no tengo nunca la sensación de hacer arqueología, sino, en todo caso, la de visitar el ala abandonada de un enorme palacio que me pertenece en herencia y que explica con precisión ciertas facetas muy relevantes del presente.
Como dijo alguien "las luchas perdidas hay que conocerlas también, para al menos no seguir entonando los himnos de los supuestos ganadores como en procesión triunfante."
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